sábado, 25 de enero de 2025

2025 CICLO C TIEMPO ORDINARIO III

DOMINGO DE LA PALABRA

 

El texto de Nehemías narra un hecho importante para el pueblo judío: la lectura pública de la Palabra de Dios. A partir de ese momento va ser considerada la religión del Libro; la relación de Dios con su pueblo será a través de su Palabra. Esta Palabra adquiere una dimensión existencial, porque contiene un mensaje para cada uno de nosotros.

La Iglesia proclama a Jesús como esa palabra encarnada que trae la Buena Noticia que es capaz de ofrecernos un nuevo modo de vida, de encuentro y de fraternidad.

San Pablo considera a la Iglesia como el cuerpo humano, es acertada e iluminadora. Destaca la Diversidad y Unidad en la Comunidad. Cristo cabeza todos los demás formamos su cuerpo y cada uno según su vocación y misión trabaja por el bien de los demás, del resto del cuerpo.

El evangelio de Lucas destaca la Buena Noticia como itinerario de Vida, que va descubriendo progresivamente a Cristo, a través de su Palabra, y la aplicamos a nuestras experiencias vitales. El conocimiento de Jesús se hace imprescindible en la oración, en nuestro interior, para luego vivirlo y ofrecerlo a los demás.

En la Sinagoga de Nazaret, donde se congrega el pueblo para escuchar la proclamación y la enseñanza de la Palabra de Dios, proclama: “hoy se cumple está escritura”. Jesús anuncia el Reino de Dios, verdadera dimensión de su misión profética y mesiánica. Su enseñanza es activa y renovadora, con el objetivo de no quedarnos ensimismados en tradiciones y modos antiguos, que en ocasiones están vacíos. Recuperar el espíritu profético, para anunciar la Buena Noticia, aquí y ahora, en nuestra realidad, en nuestros ámbitos, porque es una tarea más que necesaria en la actualidad.

El Espíritu de Cristo nos invita a seguir su estela, para llevarla al mundo con nuestros lenguajes y modos, para que se encarnen en nuestra sociedad. El estilo de Jesús, pues no solo enseñaba con palabras y parábolas, sino también con sus obras: Es el Espíritu el que lo empuja a dedicar su vida entera a liberar, aliviar, sanar, perdonar. Ese debe ser nuestro itinerario de vida cristiana.

Los cristianos no creemos en cualquier Dios, sino en el Dios atento al sufrimiento humano. Frente a la «mística de ojos cerrados», el que sigue a Jesús se siente llamado a cultivar una «mística de ojos abiertos» y una espiritualidad de responsabilidad absoluta para atender al dolor de los que sufren. A Jesús no le importa si el pobre y el ciego son justos o pecadores, en el evangelio se habla de sufrimiento y no de culpa. Hay oscuridad y dolor, y eso basta para herir el corazón de Dios.

Todos los ojos están fijos en él, y en el gran silencio resuenan las primeras palabras oficiales de Jesús: «Hoy se ha cumplido la palabra de Isaías». Y la sinagoga de Nazaret se llenó de humanidad herida y frágil, de pobres y últimos, que se convirtieron en los principales del Reino. Y Dios se colocó a su derecha, a su sombra. Y la sinagoga se llenó de luz y esa luz todavía nos alcanza hoy a nosotros, Iglesia del tercer milenio.

 

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