2025 ENERO
MEDITACIÓN EUCARISTICA:
EL BAMBÚ JAPONÉS
Querido
Jesús está tarde al estar en tu presencia queremos sentirnos amados por ti y
queridos en los mas interno de nuestra vida y de nuestro corazón. Sabemos que
necesitamos reforzar estos sentimientos y verdaderamente crecer en la confianza
que tú nos brindas siempre. Tantas veces nos desanimamos y tiramos la toalla,
pero tú continúas a nuestro lado y nos alientas y nos apoyas constantemente. No
es fácil profundizar y enraizarnos cada día más en la convicción de que siempre
nos apoyas y que a pesar de todas las circunstancias, incluso negativas, nos
das la mano y nunca nos darás la espalda. La perseverancia es esencial siempre
queremos mantenernos constantemente firmes en ti. Escuchemos esta bonita historia.
El
bambú japonés:
Érase una vez dos agricultores que, camino al mercado, se pararon en el puesto
del viejo vendedor de semillas sorprendidos por unas que nunca habían visto
antes.
-
Mercader, ¿qué semillas son estas? —preguntó uno de ellos.
-
Son semillas de bambú y son muy especiales —contestó el mercader.
-
¿Y por qué son tan especiales? — indagó el otro.
-
Es difícil de explicar. Llévenlas y luego ya verán ustedes mismos. Además, sólo
necesitan agua y abono — les respondió.
Los
dos agricultores, curiosos e intrigados, decidieron llevarse un puñado cada
uno. ¿Cuál sería el secreto que escondían? ¿En qué se convertirían?
Una
vez en sus tierras, los agricultores las plantaron y siguiendo las indicaciones
del mercader, empezaron a regarlas y a abonarlas con dedicación. Pero pasaban
los días, las semanas y los meses y, mientras las demás semillas ya habían
crecido (y sus plantas dado sus frutos), las de bambú no germinaban, no pasaba
nada.
Entonces,
uno de los agricultores, muy enfadado de estar trabajando en vano, le dijo al
otro:
-
Aquel viejo mercader nos engañó. ¡De estas semillas jamás saldrá nada!
Y
entonces, preso de la rabia, decidió dejar de cuidarlas. Aun así, y aunque
tampoco daba saltos de alegría, su amigo decidió que seguiría regando y abonando
las semillas como un último acto de fe y porque, al estar dentro de su rutina,
no le costaba mayores sacrificios.
Siguieron
pasaron los meses. Y luego un año entero. Y dos, y tres… Hasta siete — sí,
siete — cuando entonces, sucedió la magia y, en sólo seis semanas, el bambú
creció, creció y creció… hasta los 30 metros. ¿Cómo era posible que tardara
siete años en germinar y que en sólo seis semanas pudiera alcanzar ese gran
tamaño? ¿Era eso viable?
Pues
claro que no. En realidad, las semillas necesitaron siete años y seis semanas.
En los siete primeros años, el bambú tuvo que generar un sistema de raíces
complejo y necesario para luego poder crecer de una forma tan rápida. No estaba
inactivo, estaba preparándose.
Esta
historia que acabamos de oír, intenta enseñarnos la fuerza de la perseverancia.
Sin ella desistiríamos siempre y estaríamos desmotivados porque nunca
llegaríamos a la meta, sin embargo, empezar a caminar es ya empezar a poseer la
meta y alcanzar los objetivos.
Jesús
enséñanos a no precipitarnos, a reconocer que los procesos de crecimiento
necesitan su tiempo, ellos tienen su ritmo y cada uno de nosotros tenemos que
conocer y respetar nuestros ritmos y los ritmos de los demás.
Tú
nos enseñaste que todo tiene su tiempo y que las prisas y las precipitaciones
no llevan a ningún lado. Hay que esperar el tiempo oportuno. En la parábola del
trigo y la cizaña nos pediste no precipitarnos y no cortar las platitas apenas
crecidas para no cargarnos junto a la cizaña el grano bueno. Paciencia y confianza.
No es posible apresurar las cosas, porque todo sucede en el momento en que está
listo para hacerlo; si lo hiciéramos acabaríamos como el otro agricultor de la
historia que por precipitado y ansioso destruyó la obra de crecimiento del
bambú. No aceleremos el proceso, cada cual tenemos nuestro ritmo. Ayúdanos a aceptarlo
Jesús. Amén
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