miércoles, 15 de enero de 2025


 

2025 ENERO MEDITACIÓN EUCARISTICA:

EL BAMBÚ JAPONÉS

Querido Jesús está tarde al estar en tu presencia queremos sentirnos amados por ti y queridos en los mas interno de nuestra vida y de nuestro corazón. Sabemos que necesitamos reforzar estos sentimientos y verdaderamente crecer en la confianza que tú nos brindas siempre. Tantas veces nos desanimamos y tiramos la toalla, pero tú continúas a nuestro lado y nos alientas y nos apoyas constantemente. No es fácil profundizar y enraizarnos cada día más en la convicción de que siempre nos apoyas y que a pesar de todas las circunstancias, incluso negativas, nos das la mano y nunca nos darás la espalda. La perseverancia es esencial siempre queremos mantenernos constantemente firmes en ti. Escuchemos esta bonita historia.

El bambú japonés: Érase una vez dos agricultores que, camino al mercado, se pararon en el puesto del viejo vendedor de semillas sorprendidos por unas que nunca habían visto antes.

- Mercader, ¿qué semillas son estas? —preguntó uno de ellos.

- Son semillas de bambú y son muy especiales —contestó el mercader.

- ¿Y por qué son tan especiales? — indagó el otro.

- Es difícil de explicar. Llévenlas y luego ya verán ustedes mismos. Además, sólo necesitan agua y abono — les respondió.

Los dos agricultores, curiosos e intrigados, decidieron llevarse un puñado cada uno. ¿Cuál sería el secreto que escondían? ¿En qué se convertirían?

Una vez en sus tierras, los agricultores las plantaron y siguiendo las indicaciones del mercader, empezaron a regarlas y a abonarlas con dedicación. Pero pasaban los días, las semanas y los meses y, mientras las demás semillas ya habían crecido (y sus plantas dado sus frutos), las de bambú no germinaban, no pasaba nada.

Entonces, uno de los agricultores, muy enfadado de estar trabajando en vano, le dijo al otro:

- Aquel viejo mercader nos engañó. ¡De estas semillas jamás saldrá nada!

Y entonces, preso de la rabia, decidió dejar de cuidarlas. Aun así, y aunque tampoco daba saltos de alegría, su amigo decidió que seguiría regando y abonando las semillas como un último acto de fe y porque, al estar dentro de su rutina, no le costaba mayores sacrificios.

Siguieron pasaron los meses. Y luego un año entero. Y dos, y tres… Hasta siete — sí, siete — cuando entonces, sucedió la magia y, en sólo seis semanas, el bambú creció, creció y creció… hasta los 30 metros. ¿Cómo era posible que tardara siete años en germinar y que en sólo seis semanas pudiera alcanzar ese gran tamaño? ¿Era eso viable?

Pues claro que no. En realidad, las semillas necesitaron siete años y seis semanas. En los siete primeros años, el bambú tuvo que generar un sistema de raíces complejo y necesario para luego poder crecer de una forma tan rápida. No estaba inactivo, estaba preparándose.

Esta historia que acabamos de oír, intenta enseñarnos la fuerza de la perseverancia. Sin ella desistiríamos siempre y estaríamos desmotivados porque nunca llegaríamos a la meta, sin embargo, empezar a caminar es ya empezar a poseer la meta y alcanzar los objetivos.

Jesús enséñanos a no precipitarnos, a reconocer que los procesos de crecimiento necesitan su tiempo, ellos tienen su ritmo y cada uno de nosotros tenemos que conocer y respetar nuestros ritmos y los ritmos de los demás.

Tú nos enseñaste que todo tiene su tiempo y que las prisas y las precipitaciones no llevan a ningún lado. Hay que esperar el tiempo oportuno. En la parábola del trigo y la cizaña nos pediste no precipitarnos y no cortar las platitas apenas crecidas para no cargarnos junto a la cizaña el grano bueno. Paciencia y confianza. No es posible apresurar las cosas, porque todo sucede en el momento en que está listo para hacerlo; si lo hiciéramos acabaríamos como el otro agricultor de la historia que por precipitado y ansioso destruyó la obra de crecimiento del bambú. No aceleremos el proceso, cada cual tenemos nuestro ritmo. Ayúdanos a aceptarlo Jesús. Amén

 

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