2025
CICLO C
FIESTA
DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
Hoy celebramos la fiesta del bautismo de
Jesús. El Evangelio nos cuenta que el ministerio de Juan el Bautista había
generado una gran expectación en el pueblo, signo de la autenticidad de las
palabras del profeta. Tanto que no pocos esperaban que él fuera el Esperado
prometido. Juan aclaró puntualmente que no era él, sino que tenía que anunciar
que el Esperado estaba presente y que tenía un bautismo más grande que el suyo,
porque bautizaría en Espíritu Santo y fuego. Sin embargo, sorpresa de
sorpresas, Lucas nos dice que, Jesús pasó por el bautismo de Juan junto con
todos los demás. Y en ese mismo contexto los cielos se abrieron y el Espíritu
Santo descendió sobre Él.
Lucas relata lo que sucede después del
bautismo: Jesús se quedó orando, y se abrieron los cielos. Maravillosa
consecuencia, efecto de la oración: se reza y Dios abre el cielo.
Y del cielo desciende el Espíritu Santo
un vuelo de palabras: Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco.
HIJO, tal vez la más
bella y fuerte de las palabras humanas, que ilumina un vínculo para siempre, la
raíz, el cuidado, la alegría, la ternura generadora, el amor que no cede y no
retrocede.
AMADO, es
la segunda palabra. Antes de responder, digas sí o no, tu nombre para Dios es “amado”.
Incondicional, que yo sea amado no depende de mí, por suerte, depende de Él, de
Su amor asimétrico e incondicional.
EN TI ME COMPLAZCO,
tú eres mi contento. Aquí podemos asomarnos al corazón de Dios: hay en Él un
estremecimiento de placer. Un Dios que dice ¡qué bien que estés ahí! Haces que
el mundo sea más bello, sólo por existir. Hijo mío, te miro y soy feliz. Soy
feliz de ser tu padre.
Así que dejemos de sentirnos bajo
observación todo el tiempo; no estamos bajo observación, sino bajo el abrazo.
Esta sorprendente teofanía revela hasta
qué extremo llega la solidaridad de Dios. El gesto de Jesús de ser bautizado
por Juan está ya contenido en estado embrionario todo lo que será su historia
entre los hombres. Su vida será un constante cargar sobre sus hombros los
pecados de ellos.
Estamos en el corazón de nuestra fe:
Jesús es la bondad, el amor gratuito de Dios por nosotros. Su vida entregada ha
cambiado para siempre nuestro destino. Estoy justificado por su amor. He aquí la
invitación del Jubileo a caminar por esta vida como «peregrinos de la
esperanza».
La esperanza es, pues, saber esperar con
confianza ese futuro luminoso que Dios nos ha asegurado. El hombre sin
esperanza se vuelve desesperanzado. Pero sólo Dios puede dar una esperanza que
no defrauda, porque no engaña. Sólo quien se siente amado sabe que su esperanza
no será defraudada. Ha llegado un momento muy oportuno para volver a las
fuentes renovadoras de nuestro bautismo. El don que nos ha hecho herederos está
siempre ahí, a nuestra disposición. El don es Dios, que nos llama hijos suyos
para siempre, herederos de su propia vida inmortal.
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