2025
MEDITACIÓN EUCARÍSTICA
El
águila y la mujer
Señor
Jesús de nuevo nos presentamos delante de ti en este tiempo de Pascua para
acompañarte, pero sobre todo para que nos des ánimo y coraje para afrontar
todas las dificultades de la vida. Que seamos capaces de vivir una vida nueva,
resucitada. Que aprendamos de todos los tropiezos y caídas al levantarnos y a
seguir creciendo. Escuchemos esta historia
El
águila y la mujer embarazada: Un águila aconsejó a una mujer sobre la
mejor forma de criar a los hijos.
-
¿Estás bien, madre humana? preguntó el águila.
-
La mujer, sorprendida, la miró fijamente: Tengo miedo, mi bebé está por nacer y
tengo tantas dudas. Quiero darle lo mejor, quiero que su vida sea fácil y
bonita, pero ¿Cómo sabré si lo estoy criando bien?
El
águila observó a la mujer y se posó cerca de ella: Criar a un hijo no es fácil.
No es cuestión de que todo sea cómodo. De hecho, es todo lo contrario. Cuando
mis aguiluchos nacen, el nido está lleno de plumas y hierbas suaves, tienen un
lugar donde pueden descansar, donde se sienten seguros. Pero cuando llega el
momento en que deben aprender a valerse por sí mismos, saco todo eso. Solo dejo
las espinas.
-
La mujer frunció el ceño, confundida: ¿Espinas? ¿Por qué hacerlo tan difícil?
-
El águila la miró con seriedad: Porque las espinas incomodan. Y esa incomodidad
es necesaria. Ellos no se quedan allí esperando que todo les sea servido. Las
espinas los obligan a buscar un mejor lugar, a crecer. La comodidad no les
enseña nada.
-
La mujer pensó en las palabras del águila, pero aún tenía dudas: ¿Y qué haces
cuando caen?, preguntó, intrigada.
- El águila respondió: Los lanzo al aire. Al
principio, caen porque el viento les gana, pero yo los rescato. Los levanto con
mis garras y los lanzo de nuevo. Una y otra vez, hasta que aprenden a volar por
sí mismos. ¿Sabes qué hago después? Los dejo ir. Ya no los ayudo más.
-
La mujer la miró, con los ojos abiertos, sin entender por completo.
-
No solapo la dependencia, continuó el águila. Mis hijos deben aprender a volar,
deben aprender a ser fuertes por sí mismos. La vida no se trata de mantenerlos
en un nido suave y seguro todo el tiempo. Si los cuido demasiado, si los
mantengo en mi nido por siempre, no les estaré enseñando nada. Ellos deben
encontrar su camino, y sé que lo harán.
-
La mujer, mirando al águila, respiró profundo: Entonces, ¿debo dejar que mi
hijo sufra un poco?
-
El águila asintió: No es sufrir. Es aprender. Y aunque te duela, madre humana,
lo mejor que puedes hacer es enseñarle a ser fuerte. No lo retengas, no lo
apapaches todo el tiempo. Hazlo volar.
-
La mujer asintió, acarició su vientre, miró al águila por un largo momento y
luego, con una sonrisa, se despidió del ave: Gracias, madre águila, tus
consejos son muy valiosos.
La
mujer siguió su camino, dispuesta a ser la madre que su hijo necesitaba: firme,
valiente, una madre que le enseñe a volar.
Si
queremos que nuestros seres queridos vuelen alto, no hagamos todo por ellos. No
los mantengamos en un nido de comodidad. Las águilas empujan a sus crías fuera
del nido, las dejan enfrentarse a las espinas, porque saben que solo así
aprenderán a volar.
Señor
Jesús ayúdanos a no tener miedo de verlos caer. Porque como el águila, estaremos
ahí para levantarlos, pero no los mantengamos bajo nuestras alas por siempre. Dejémoslos
enfrentar el viento. Dejémoslos aprender a ser fuertes.
Jesús
tú que nos amaste hasta el final y nos concediste una nueva vida plena, nueva,
brillante enséñanos a descubrir que el amor verdadero no es protegerlos de
todo, sino enseñarles a volar, aunque eso signifique dejar que caigan. Dejémoslos
encontrar su camino, incluso si tropiezan en el proceso.
Que
tu ayuda nunca nos falte y que tu mano poderosa siempre esté en nuestros
corazones y en los corazones de todos aquellos a quienes amamos. Amén