Aquí estoy, Señor, a tus pies, asustada,
y aturdida, temblorosa y silenciosa, estremecida y expectante, sabiendo que he
llegado acusada, pero sintiendo que avivas, en mi corazón, las cenizas del
deseo y la esperanza y despiertas, con tu mirada y roce mis entrañas yermas.
Aquí estoy, Señor, a tus pies rodeada
por quienes ves y sus corazones de piedra, abrumada por mis hechos y mi
conciencia mal enseñada, juzgada y condenada, sin poder decir una palabra.
Soy carne despreciada y chivo expiatorio
de quienes pueden y mandan.
Aquí estoy, Señor, a tus pies sin dignidad
ni autoestima, con los ojos desorientados, pero con el corazón palpitando, con
el anhelo encendido, con el deseo disparado, aguardando lo que más quiero – tu
abrazo–, luchando contra mis fantasmas y miedos, desempolvando mi esperanza
olvidada.
Aquí estoy, Señor, a tus pies, medio
cautiva, medio avergonzada, necesitada, sin entender nada... pero queriendo
despojarme de tanto peso e inercia, rogándote que cures las heridas de mi alma y
orientes mis puertas y ventanas hacia lo que no siempre quiero y, sin embargo,
es mi mayor certeza.
Aquí estoy, Señor, a tus pies.
¡Tú sabes cómo!
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