miércoles, 30 de abril de 2025


 

2025 MEDITACIÓN EUCARÍSTICA

El águila y la mujer

Señor Jesús de nuevo nos presentamos delante de ti en este tiempo de Pascua para acompañarte, pero sobre todo para que nos des ánimo y coraje para afrontar todas las dificultades de la vida. Que seamos capaces de vivir una vida nueva, resucitada. Que aprendamos de todos los tropiezos y caídas al levantarnos y a seguir creciendo. Escuchemos esta historia

El águila y la mujer embarazada: Un águila aconsejó a una mujer sobre la mejor forma de criar a los hijos.

- ¿Estás bien, madre humana? preguntó el águila.

- La mujer, sorprendida, la miró fijamente: Tengo miedo, mi bebé está por nacer y tengo tantas dudas. Quiero darle lo mejor, quiero que su vida sea fácil y bonita, pero ¿Cómo sabré si lo estoy criando bien?

El águila observó a la mujer y se posó cerca de ella: Criar a un hijo no es fácil. No es cuestión de que todo sea cómodo. De hecho, es todo lo contrario. Cuando mis aguiluchos nacen, el nido está lleno de plumas y hierbas suaves, tienen un lugar donde pueden descansar, donde se sienten seguros. Pero cuando llega el momento en que deben aprender a valerse por sí mismos, saco todo eso. Solo dejo las espinas.

- La mujer frunció el ceño, confundida: ¿Espinas? ¿Por qué hacerlo tan difícil?

- El águila la miró con seriedad: Porque las espinas incomodan. Y esa incomodidad es necesaria. Ellos no se quedan allí esperando que todo les sea servido. Las espinas los obligan a buscar un mejor lugar, a crecer. La comodidad no les enseña nada.

- La mujer pensó en las palabras del águila, pero aún tenía dudas: ¿Y qué haces cuando caen?, preguntó, intrigada.

- El águila respondió: Los lanzo al aire. Al principio, caen porque el viento les gana, pero yo los rescato. Los levanto con mis garras y los lanzo de nuevo. Una y otra vez, hasta que aprenden a volar por sí mismos. ¿Sabes qué hago después? Los dejo ir. Ya no los ayudo más.

- La mujer la miró, con los ojos abiertos, sin entender por completo.

- No solapo la dependencia, continuó el águila. Mis hijos deben aprender a volar, deben aprender a ser fuertes por sí mismos. La vida no se trata de mantenerlos en un nido suave y seguro todo el tiempo. Si los cuido demasiado, si los mantengo en mi nido por siempre, no les estaré enseñando nada. Ellos deben encontrar su camino, y sé que lo harán.

- La mujer, mirando al águila, respiró profundo: Entonces, ¿debo dejar que mi hijo sufra un poco?

- El águila asintió: No es sufrir. Es aprender. Y aunque te duela, madre humana, lo mejor que puedes hacer es enseñarle a ser fuerte. No lo retengas, no lo apapaches todo el tiempo. Hazlo volar.

- La mujer asintió, acarició su vientre, miró al águila por un largo momento y luego, con una sonrisa, se despidió del ave: Gracias, madre águila, tus consejos son muy valiosos.

La mujer siguió su camino, dispuesta a ser la madre que su hijo necesitaba: firme, valiente, una madre que le enseñe a volar.

Si queremos que nuestros seres queridos vuelen alto, no hagamos todo por ellos. No los mantengamos en un nido de comodidad. Las águilas empujan a sus crías fuera del nido, las dejan enfrentarse a las espinas, porque saben que solo así aprenderán a volar.

Señor Jesús ayúdanos a no tener miedo de verlos caer. Porque como el águila, estaremos ahí para levantarlos, pero no los mantengamos bajo nuestras alas por siempre. Dejémoslos enfrentar el viento. Dejémoslos aprender a ser fuertes.

Jesús tú que nos amaste hasta el final y nos concediste una nueva vida plena, nueva, brillante enséñanos a descubrir que el amor verdadero no es protegerlos de todo, sino enseñarles a volar, aunque eso signifique dejar que caigan. Dejémoslos encontrar su camino, incluso si tropiezan en el proceso.

Que tu ayuda nunca nos falte y que tu mano poderosa siempre esté en nuestros corazones y en los corazones de todos aquellos a quienes amamos. Amén

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