2022
AÑO C TIEMPO ORDINARIO XXXIII
JORNADA
MUNDIAL DE LOS POBRES
Si nos quedamos en el texto del Evangelio oímos solo
catástrofes. Sin embargo, si escuchamos con atención, notamos un ritmo
profundo: a cada imagen del fin se superpone un brote de la esperanza: Cuando
oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os asustéis, no es el fin; Seréis
encarcelados, traicionados, algunos serán asesinados, otros serán odiados, pero
no se perderá ni un pelo de vuestra cabeza; Porque a toda descripción del dolor
abre el horizonte la brecha de la esperanza: no temas, no es el final; ni
siquiera un pelo; yo os daré palabras en vuestra defensa; con vuestra
perseverancia salvareis vuestras almas.
Llegarán días en los que, de lo que se ve, no
quedará piedra sobre piedra. No hay nada que sea eterno. Pero el hombre sí, es
eterno. Las estrellas se extinguirán, no quedará piedra sobre piedra de
nuestros magníficos edificios, pero el hombre permanecerá, y no se perderá ni
un pelo; el hombre permanecerá, en su totalidad, porque Dios, como un padre,
cuida cada detalle de sus hijos.
Estamos sumergidos en un mundo absolutamente
desquiciado, guerras, catástrofes, sequias, inundaciones, enfrentados a crisis insospechadas,
pero el evangelio nos recomienda ejercer la perseverancia, la paciencia: El
término empleado por el evangelista significa entereza, aguante, perseverancia,
capacidad de mantenerse firme ante las dificultades, paciencia activa. Muchos de
nuestros conciudadanos viven en la intemperie y no encuentran cobijo en nada
que les ofrezca sentido, seguridad y esperanza, se cae en el desaliento, la
crispación o la depresión.
La paciencia de la que se habla en el evangelio no
es una virtud propia de hombres fuertes y aguerridos. Es más bien la actitud
serena de quien cree en un Dios paciente y fuerte que alienta y conduce la
historia, a veces tan incomprensible para nosotros, con ternura y amor
compasivo. La persona paciente lucha y combate día a día, precisamente porque
vive animada por la esperanza.
Jornada mundial de los pobres donde nos preocupamos
por esta realidad que abarca el mundo entero. ¡Cuántos pobres genera la
insensatez de la guerra! Dondequiera que se mire, se constata cómo la violencia
afecta a los indefensos y a los más débiles. La solidaridad, en efecto, es
precisamente esto: compartir lo poco que tenemos con quienes no tienen nada,
para que ninguno sufra. Mientras más crece el sentido de comunidad y de
comunión como estilo de vida, mayormente se desarrolla la solidaridad. No se
trata de tener un comportamiento asistencialista; es necesario, en cambio,
hacer un esfuerzo para que a nadie le falte lo necesario. Acercarnos como hermanos.
Este mundo así concebido lleno de pobres y
necesitado cae, pero también se anuncia indicios de primavera. Este mundo lleva
otro mundo en su seno. Cada día hay un mundo que muere, pero hay también un
mundo que nace. Se nos pide que perseveremos en creer que el amor es más fuerte
que la maldad, que la belleza es más humana que la violencia, que la justicia
es más sana que el poder. Y que esta historia no terminará en el caos, sino en
un abrazo. Que tiene el nombre de Dios.
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