2023 AÑO A TIEMPO ORDINARIO V
Seguimos con el sermón
del monte y Jesús va concretando algunos aspectos más de nuestra vida de
seguimiento: Vosotros sois la sal y la luz.
Los seguidores de Jesús
somos como el maestro, como un instinto de vida que penetra en las cosas, como
la sal, que se opone a su descomposición y las hace perdurar. Somos como un
instinto de equilibrio, que se posa en la superficie de las cosas, las
acaricia, como la luz, y nunca las violenta, sino que revela sus formas,
colores, armonías y conexiones. Así, el discípulo-luz es aquel que diariamente
acaricia la vida y revela la belleza de las personas, aquel de cuyos ojos emana
el respeto amoroso por todo ser viviente.
Vosotros sois la sal,
tenéis la tarea de preservar lo que en el mundo vale la pena y merece perdurar,
de oponeros a lo que corrompe, de hacer saborear el buen gusto de la vida.
Vosotros sois la luz
del mundo. Una afirmación que nos sorprende, que Dios es luz lo creemos; pero
creer que el hombre también es luz, que tú y yo también somos luz, con nuestras
limitaciones y nuestras sombras, eso sí que es sorprendente. Y ya lo somos, si
respiramos el Evangelio: la luz es el don natural de quien ha respirado a Dios.
Quien vive según el Evangelio es un puñado de luz arrojado a la faz del mundo.
Y esto no diciéndolo
como maestro o juez, sino con gestos: que brille tu luz en tus buenas obras.
Las obras de luz son los gestos de los mansos, de los que tienen un corazón de
niño, de los hambrientos de justicia, de los que nunca se rinden y buscan la
paz, los gestos de las bienaventuranzas, que se oponen a lo que corrompe el
camino del mundo: la violencia y el dinero.
Cuando dos en la tierra
se aman, realizan la obra: se convierten en luz en las tinieblas, en lámpara
para los pasos de muchos, en placer de vivir y de creer. En cada hogar donde
nos amamos, se esparce la sal que da buen sabor a la vida. Me parece imposible,
por parte de Jesús, depositar tanta estima y confianza en sus criaturas.
El Evangelio nos anima
a tomar conciencia: No nos paremos en la superficie, en las asperezas del barro
del que estamos hechos, busquemos en lo más profundo, hacia la celda secreta
del corazón, desciende más adentro y encontraremos la luz encendida, un puñado
de sal: son fragmentos de Dios en cada uno de nosotros.
La humildad de la luz y
la sal: la luz no se ilumina a sí misma, nadie come sal solo. Así que todo
discípulo debe aprender su primera lección: sale de mí, pero no para mí. La
pobreza de la sal y de la luz consiste en perderse dentro de las cosas, sin
hacer ruido ni violencia, y elevarse con ellas. Como sugiere el profeta Isaías:
Ilumina a los demás y te iluminarán, cura a los demás y curarán tu herida
(Isaías 58:8). No permanezcas inclinado sobre tus historias y tus derrotas,
quien sólo se mira a sí mismo nunca se ilumina. Cuida de la tierra y de la
ciudad, y tu luz saldrá como un sol de mediodía.
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