sábado, 18 de febrero de 2023


 

2023 AÑO A TIEMPO ORDINARIO VII

Llevamos varios domingos escuchando el Sermón de la Montaña. Jesús va nombrando una lista de situaciones muy concretas que nos van abriendo camino por la vida. No usa teorías complicadas, sólo gestos cotidianos, Jesús habla de la vida con las propias palabras de la vida.

“Habéis oído que se dijo ojo por ojo”. “Pero yo os digo”. Lo que Jesús propone no es la sumisión de los temerosos, sino una postura valiente: dar el primer paso, curar el corazón, no desear nada de mal al contario rezar, respetar, dejar el odio y la violencia.

Los gestos de Jesús explican sus palabras: cuando recibe una bofetada en la noche de su encarcelamiento, Jesús no responde poniendo la otra mejilla, sino que pregunta al guardia: si he hablado mal, demuéstramelo. Cuantas veces lo hemos visto indignarse por las injusticias, o por promover un culto a Dios vacío y el templo convertido en mercado, por las máscaras y los corazones de piedra de los piadosos y devotos.

No nos pide que seamos el felpudo de la historia, sino que inventemos algo -un gesto, una palabra- que pueda desarmarnos y desarmar. Elegir, libremente, no permitir que prolifere el mal, mediante el perdón que nos arranca de los círculos viciosos, rompe la compulsión a repetir sobre otros lo que se ha sufrido, desgarra la cadena de la venganza y rompe las simetrías del odio".

Somos más que las heridas de la vida. Somos como el Padre: "que hace salir el sol sobre malos y buenos". Nosotros no podemos hacer salir el sol, pero podemos hacer salir una pizca de luz, una estrellita a nuestro alrededor. Jesús no está pensando en que los queramos con el afecto y el cariño que sentimos hacia nuestros seres más queridos.

Amar al enemigo es, sencillamente, no vengarnos, no hacerle daño, no desearle el mal. Tratarlo como quisiéramos que nos trataran a nosotros.

Nuestros Fundadores nos enseñan que el amor reciproco es lo más grande, lo más profundo y lo más intenso que hay. Sus vidas son para nosotros reflejos de luz. Vivieron una vida intensa, mirando continuamente a María nuestra Madre y sirvieron a los hombres sus hermanos con generosidad y amabilidad.

Ellos no enseñan a vivir un amor filial, sentirnos hijos de un mismo padre y por tanto todos son mis hermanos, y llegar a un amor fraterno, construir fraternidad, cultivar la comunicación personal.

En este mundo alocado ellos nos enseñan a vivir un amor fiel, asumir la gran tarea de aprender a amar. El que ama conoce a Dios, porque Dios es amor.

Nuestra meta es llegar a la felicidad, y la felicidad es dar amor, dar vida, dar tiempo y energía. Entonces nuestro amor al mundo será fecundo: una fecundidad espiritual, apostólica, moral, social. Y por últimos estos siete hombres nos enseñan a vivir una amor ferviente y festivo: relaciones cálidas en las fraternidades, más humanizadoras y evangelizadoras. Celebramos los 790 años de fundación.

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