2023 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XXXI
La Palabra de Dios nos
pone contra la pared: ¿somos también como los escribas o los fariseos, de los
que dicen, pero no hacen? En el fondo la pregunta nos dice somos cristianos de
sustancia o de fachada. Tenemos que preguntarnos con el corazón en la mano ¿soy
un falso o una persona verdadera, realizada, en la que coincide lo que
proclamamos con la boca y los que dicen nuestros comportamientos?
En el Evangelio, Jesús
se resiente de dos categorías de personas: los hipócritas y los duros de
corazón, dos tipos humanos que a menudo se identifican. Atan enormes cargas
sobre los hombros de las personas, pero no las tocan con un dedo, Hipócrita es
el moralista que impone leyes estrictas, pero sólo a los demás, Jesús es estricto,
pero nunca rígido.
Los hipócritas son
funcionarios de las normas y analfabetos del corazón. E incluso analfabetos de
Dios. Es decir, en el fondo, son estructuralmente ateos. Hipócrita es un
término griego que significa actor, el actor que representa un papel y lleva
una máscara: hacen todas sus obras para ser admirados por la gente, se
complacen en los primeros puestos, los saludos en las plazas, los aplausos... Pero
el corazón está ausente, el corazón está en otra parte. Fingen: son personajes
y ya no personas.
Y ésta es la peor
desgracia que pueda ocurrir a la persona: la disociación del alma y del cuerpo,
la escisión de la persona, cuando se ama la apariencia y lo superfluo y no se
cuida la sustancia y lo esencial. Por eso Jesús necesita personas auténticas,
de una pieza, las que son ellas mismas tanto en público como en privado, sin
máscaras.
A continuación, Jesús
señala otro error que desmorona y envenena la vida desde dentro: el amor al
poder. No os llaméis maestro, ni médico, ni padre, como si fuerais superiores a
los demás. Todos sois hermanos. Pero siempre estamos poco preparados para ser
hermanos. La fraternidad ha naufragado en la historia humana, es trauma y
sueño, siempre herida, siempre amenazada, siempre en riesgo.
Nuestras comunidades
deberían dibujar un mundo bueno que se sostiene sobre alegres lazos de afecto,
donde el más grande es el que sirve. Porque un mundo fundado en el concepto de
poder y enemigo no es una civilización, sino barbarie.
La Iglesia tendrá que
cambiar mucho, pero lo importante es que cada uno reavivemos nuestra fe, que
aprendamos a creer de manera diferente, que no vivamos eludiendo a Dios, que
sigamos con honestidad las llamadas de la propia conciencia, que cambie nuestra
manera de mirar la vida, que descubramos lo esencial del evangelio y lo vivamos
con gozo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario