miércoles, 29 de noviembre de 2023


 

ADORACIÓN EUCARISTICA. 

El ciento por uno

Señor Jesús, de nuevo estamos aquí en esta tarde para adorarte y para recuperar fuerzas para nuestro caminar. Te pedimos hoy la bondad, sentir este bien tan necesario para hacer felices a los demás, y para sentirnos nosotros mismos a gusto en nuestro interior. Escuchemos esta tierna historia

El ciento por uno: Hace ya tiempo era una tarde bastante fría y lluviosa en una carretera comarcal. Era alrededor de las cinco y acababa de terminar de llover. La vista del sol ocultándose en el horizonte, un resto de nubes que quedaba en el cielo y el olor a humedad por la lluvia, daban a la tarde un aspecto especialmente bello y singular.

Alberto, joven que todavía no había llegado a los treinta, y que durante la noche trabajaba para el ayuntamiento recogiendo basura y por la mañana seguía su labor en la planta de reciclado, iba en coche de vuelta a su casa, cuando de repente se encontró un automóvil parado en el arcén de la carretera con las luces encendidas y a una mujer, que aparentaba tener más de ochenta años, totalmente empapada, contemplando su coche sin saber qué hacer.

Él se detuvo para averiguar si podía ayudar en algo. Salió de su coche azul oscuro que era casi tan viejo como su dueño. Conforme se iba acercando a la abuelita pudo comprobar que su cara manifestaba susto, por la presencia del joven, y desesperación por no saber cómo arreglar su auto. Era verdad Alberto no tenía buen aspecto, ya que volvía del trabajo y la ropa estaba un tanto descuidada. La primera impresión que le dio a la abuelita era la de ser un delincuente. Cuando él se dio cuenta de su susto, esbozó una sonrisa para tratar de calmarla. Y en estas que le preguntó:

- ¡Señora! ¿Necesita ayuda? ¿Se encuentra bien? La anciana no podía esconder su temor. Alberto, decidió tomar la iniciativa en el diálogo:

- No se preocupe aquí estoy para ayudarle. Entre en su vehículo y estará más protegida, pues empieza a hacer frío y está usted totalmente mojada. Por cierto, mi nombre es Alberto y vivo en esta zona.

Gracias a Dios sólo se trataba de un neumático pinchado; pero para la abuelita, su preocupación estaba más que justificada, tanto por su edad, como por lo poco transitada que estaba la carretera.

Alberto empezó a cambiar la rueda y resultó todavía más sucio. En esto que la señora bajó la ventanilla del coche y comenzó a hablar con él.

- Me llamo Lilly y me dirigía a visitar a una amiga, pero me equivoqué de carretera y al final he venido a parar a este lugar desconocido y poco transitado. Estaba tan asustada que cuando le he visto llegar, la verdad, me puse muy nerviosa, pero…

Alberto se sonrió. La señora le preguntó cuánto le debía; cualquier cantidad que le hubiera pedido le habría parecido poco. Él no había pensado cobrar nada. Ayudar a alguien que tenía necesidad era su mejor modo de pagar por las veces que él mismo también había sido ayudado en otras ocasiones. Después de un breve silencio le dijo que, si quería pagarle, la mejor forma de hacerlo sería que la próxima vez que viera a alguien necesitado lo ayudara desinteresadamente. Tan solo piense en mí, – agregó despidiéndose.

Los dos se marcharon y prosiguieron su camino. Unos kilómetros más adelante, Lilly, nuestra abuelita, divisó una pequeña cafetería junto a la carretera. Pensó que sería muy bueno quitarse el frío con una taza de café bien caliente, y reponer las fuerzas tomándose algunas pastas. Una amable y sonriente camarera, se le acercó y le dio una toalla de algodón limpia para que se secara el cabello todavía mojado por la lluvia. Y le dijo ¿Qué desea tomar?

La anciana, se percató que estaba embarazada de unos ocho meses: Por favor, póngame un café largo bien caliente y unas pastas. Mientras esperaba su café y se secaba el pelo, pensó que la joven camarera era muy agradable; En ese momento, le vino a la mente Alberto. Pidió la cuenta. Abrió su bolso y pagó con un billete de cien euros. Cuando la muchacha regresó con el dinero de vuelta, la señora ya se había ido, pero vio cuatro billetes de cien euros, y escrito en una servilleta de papel, un mensaje que decía: “No tienes que devolverme nada. Me imagino que con el parto y el nuevo niño tendrás muchos gastos. No dejes de ayudar a otros. Continúa dando tu alegría y tu sonrisa; y no permitas que esta cadena se rompa”.

La camarera entró en casa sigilosamente, pues sabía que su marido estaba ya durmiendo. Pensando en la bondad de la anciana, se acercó delicadamente a su marido para no despertarlo. Y mientras lo besaba tiernamente en la mejilla, le susurró al oído: Alberto, ya verás como todo va a salir bien.

Señor ayúdanos a ayudar, todos necesitamos los unos de los otros para formar esta cadena de amor y de fraternidad. Tú eres la fuente de ese amor, que nunca nos cansemos de hacer el bien y de derramarlo a los que nos rodean. Amén.

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