2024 ENERO ADORACIÓN EUCARÍSTICA
Una difícil elección
Reunidos ante ti,
que estás en el sacramento de la eucaristía, te pedimos Señor que en esta tarde
nos envuelvas con los dones de tu presencia, de la fortaleza necesaria para
tomar nuestras decisiones con valentía y seguridad en tus planes. Escuchemos
esta historia.
Una difícil elección: Don Antonio era párroco de un
pueblecito pesquero. Era un hombre afable y muy querido por todos. Había
bautizado, dado la primera comunión, casado y bendecido los barcos, de la gran
mayoría de los habitantes de ese pequeño y bellísimo pueblo.
Un domingo, acabando la Misa de 11 de la mañana, don
Antonio anunció a los fieles que estaba con ellos su mejor amigo, Fabio. Fabio,
era un señor muy mayor, originario del pueblo, pero que, por motivo de una
tragedia familiar, se tuvo que ir a vivir a Brasil a finales de los 60. Desde
que se fue, no había vuelto a poner los pies en el pueblo. Casi cuarenta años
después, aprovechando un viaje para enterrar a su hermano menor que acababa de
morir, se acercó a su pueblo natal para saludar a algunos parientes que todavía
estaban vivos. Cuando se enteró quién era el párroco vino a la Iglesia a
saludarlo.
A pesar de la diferencia de edad que existía entre
don Antonio y Fabio, por razones que nadie sabía, según contó el mismo don
Antonio, era el amigo que más quería en este mundo. El padre Antonio, invitó a
todos a pasar al salón parroquial después de la Misa para tomar un café y
compartir con él. Hechas las presentaciones, Fabio, miró con cariño a todos, y
comenzó diciendo:
- Me llamo Fabio. Nací en este maravilloso pueblo
hace ochenta años. Cuando tenía alrededor de cuarenta, por motivos personales,
me tuve que trasladar a Brasil. Desde entonces he vivido allí. Pero, permítanme
que les cuente una historia que ocurrió en este pueblo poco antes de irme, y
que probablemente ninguno de ustedes sabrá: Era una tarde otoñal, un padre, su
hijo, y un amigo del hijo, habían salido a navegar con su velero, pero de
repente les sorprendió una fortísima tormenta. Las olas eran tan altas que,
aunque el padre era un navegante experimentado, no pudo dominar el velero y los
tres fueron arrastrados mar adentro.
Fabio, hizo un breve receso para tomar aire, beber
un poco de agua, y prosiguió:
- Después de cuatro horas de intensa lucha por
mantenerse a flote, una gigantesca ola arrastró a su hijo y amigo al mar. El
padre, cogiendo una soga de rescate, tuvo que tomar la decisión más difícil de
su vida: Sólo tenía unos segundos para decidirse, pues las olas eran tremendas.
Él sabía que su hijo era un buen cristiano; en cambio el amigo no lo era. En
esto que el padre le gritó a su hijo: “¡Te amo, hijo mío!”; pero tiró la soga
al amigo de su hijo. Una vez que lo tuvo a bordo, se dispuso a salvar a su
hijo; pero éste, ya había desaparecido bajo las olas en medio de la oscuridad
de la noche. Por más que lo buscaron, nunca apareció. Ni siquiera se encontró
su cuerpo.
Los parroquianos, que habían acudido al salón
parroquial más por el compromiso con el párroco que porque tuvieran interés
alguno en conocer a este abuelo, poco a poco se iban quedando intrigados con la
historia que les estaba contando este personaje desconocido. Los ojos, sobre
todo los de los más jóvenes, reflejaban inquietud y deseo de conocer el
desenlace final de la historia. En esto que nuestro anfitrión siguió diciendo:
- Sabía que su hijo iría al cielo con Jesús, pero
temía por el destino del otro joven pues no conocía a Cristo. Es por eso por lo
que decidió entregar a su hijo para salvar la vida del amigo de su hijo.
¡Qué grande es el amor de Dios que hizo lo mismo por
nosotros! Nuestro Padre celestial sacrificó a su Hijo para que nosotros
pudiéramos salvarnos. Yo les pido que acepten la oferta del rescate y agarren
la soga de vida que Él les está ofreciendo en este mismo momento a cada uno de vosotros.
A la salida, dos jóvenes se acercaron al anciano y
le dijeron:
- Ha sido una historia muy bonita para entender el
amor de Dios al entregar a su único Hijo por cada uno de nosotros. Pero creo
que no es realista, no creo que un padre entregase la vida de su hijo con la
esperanza de que el otro se convirtiera.
- Comprendo lo que decís, replicó el anciano,
mientras de sus ojos brotaron dos lágrimas. Pues tengo algo más que deciros,
queridos amigos, yo soy ese padre, y vuestro párroco era el amigo de mi hijo.
Que grande eres
Dios Padre, entregas a tu Hijo para salvarnos a todos, tantas veces ingratos,
tantas veces incrédulos, tantas veces perdidos. Hoy te pedimos que nunca te
canses de echarnos esas sogas para que nos podamos agarrar bien y no hundirnos
en las tempestades de la vida. Amén
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