2024
ENERO ADORACIÓN EUCARÍSTICA.
UNA
SEGUNDA OPORTUNIDAD
Jesús
sacramentado aquí nos tienes otra vez parta disfrutar un rato contigo. Nos
dantas oportunidades de ser felices y de acompañarte. Precisamente hoy queremos reflexionar sobre las oportunidades
varias que nos ofreces.
Una segunda oportunidad: Hace ya mucho un grupo de
misioneros jesuitas desembarcó en las costas de un país tropical y comenzaron a
predicar sobre la necesidad de conocer a Cristo y bautizarse para entrar en su
Reino.
Arami, un joven indio pertenecía a una familia pobre
y no tenía formación alguna. Al oír el mensaje de los misioneros quedó
profundamente conmovido por las nuevas enseñanzas. Nunca había escuchado a
nadie decir que había existido en tiempos remotos un hombre que también era
Dios y que había muerto para salvarnos a todos. Un día le dijeron que si de
verdad quería seguir a Cristo tenía que cargar con la cruz cada día. ¿Cómo
hacerlo? les preguntó. Los misioneros le
respondieron: Lo mejor es que hables con Cristo y le pidas que te entregue tu
cruz.
Nuestro querido indio se asombró: ¿Dónde tengo que
ir para hablar con Cristo y me dé mi cruz?
A lo que uno de los misioneros le dijo: Mira, Cristo
se encuentra, precisamente ahora, en el bosque que hay detrás del poblado. Ha
ido allí para cortar cruces para los nuevos conversos.
Inquieto, nervioso y alegre, se dispuso nuestro
querido Arami a ir al bosque y oyó un repetido golpe de hacha; y de vez en
cuando, un árbol que caía. El ruido se fue haciendo más cercano y fuerte hasta que
llegó donde estaba Cristo.
Una vez allí le preguntó: Si tú eres Cristo, vengo a
que me des mi cruz. De ahora en adelante quiero seguirte cargando con mi cruz.
Jesús lo miró a los ojos con profundo amor, y
dirigiéndose a los árboles que ya estaban caídos, tomó dos de ellos, los
recortó un poco, les dio la forma de cruz y se lo entregó diciendo: Mira, creo
que ésta te irá bien. Eres un hombre joven y fuerte, por lo que no será mucho
peso para ti.
La cruz muy preparada no estaba. Se trataba
prácticamente de dos troncos cortados a hacha, sin ningún tipo de terminación
ni arreglo. Era una cruz de madera dura, pesada, y muy mal terminada.
El joven al verla pensó que Jesús no se había
esmerado demasiado en preparársela, sin embargo, comenzó el largo camino de seguir
a Jesús.
No había hecho más que empezar, cuando hizo también
su aparición el diablo. Es su costumbre hacerse presente en esas ocasiones,
porque donde anda Dios, acude rápido el diablo.
Desde atrás gritó el diablo al joven diciendo: ¡Olvidaste
algo! Miró hacia atrás y vio al diablo que se acercaba sonriente con un hacha
en la mano para entregársela.
- Pero ¿cómo? ¿También tengo que llevarme el hacha?
– preguntó molesto el muchacho.
- No sé -dijo el diablo haciéndose el inocente. Pero
creo es conveniente que te la lleves por lo que pueda pasar en el camino. Por
lo demás, sería una lástima dejar abandonada un hacha tan bonita.
La propuesta le pareció tan razonable que, sin
pensar demasiado, tomó el hacha y siguió su viaje.
El camino se iba haciendo cada vez más duro;
primero, por la soledad. Creía que lo haría con la visible compañía del
Maestro, pero Él se había ido, dejando sólo sus huellas. Hacía frío en aquel
invierno y la cruz era pesada. Parecía como que los salientes se empeñaran en
engancharse por todas partes a fin de retenerlo; y se le incrustaban en la piel
para hacerle más doloroso el camino.
Una noche particularmente fría, se detuvo a
descansar en un descampado. Depositó la cruz en el suelo, y el joven se puso a
arreglar la cruz. Con calma y despacito le fue quitando los nudos que más le
molestaban. Con ello consiguió dos cosas, por un lado, mejorar el madero; y por
otro, encender un fuego con la madera que le había quitado a la cruz. Y así esa
noche durmió tranquilo.
A la mañana siguiente reanudó su camino. Y noche
tras noche su cruz fue mejorada por el trabajo que en ella iba realizando.
Mientras su cruz mejoraba y se hacía más llevadera, conseguía también tener la
madera necesaria para hacer fuego cada noche. La cruz tenía ahora un tamaño razonable
y un peso menor. Bien brillante a los rayos del sol, y no molestaba al cargarla
sobre sus hombros.
Cuando llegó a las murallas del Reino, resultó que
la puerta de entrada estaba colocada en lo alto de la muralla. Era una puerta
estrecha, abierta casi como ventana a una altura imposible de alcanzar. Llamó a
gritos, anunciando su llegada. Y desde lo alto se le apareció el Señor
invitándolo a entrar.
- Pero, ¿cómo, Señor? No puedo. La puerta está
demasiado alta y no la alcanzo.
- Apoya la cruz contra la muralla y luego trepa por ella
utilizándola como escalera. Yo te dejé a propósito los nudos para que te
sirviera. Además, el tamaño justo para que puedas subir.
En ese momento el joven se dio cuenta de que
realmente la cruz recibida había tenido sentido y que de verdad el Señor la
había preparado bien. Sin embargo, ya era tarde. Su pequeña cruz, pulida, y
recortada, le parecía ahora un juguete inútil. El diablo, astuto como siempre,
había resultado mal consejero y peor amigo.
Pero, el Señor, que siempre es bondadoso y
compasivo, no podía ignorar la buena voluntad del muchacho y su generosidad en
querer seguirlo. Por eso le dio un consejo y otra nueva oportunidad.
- Vuelve sobre tus pasos. Seguramente en el camino
encontrarás a alguno que ya no puede más y ha quedado aplastado bajo su cruz.
Ayúdale a traerla. De esta manera tú le posibilitarás que logre hacer su camino
y llegue. Y él te ayudará a ti a que puedas entrar.
Con qué
frecuencia también nosotros nos quejamos de las cruces que el Señor pone sobre nuestros
hombros. En muchas ocasiones, también las recortamos y pulimos para que no nos
cueste tanto cargarlas; pero con ello, la cruz pierde su virtualidad y ya sirve
para poco. Afortunadamente, el amor misericordioso de Dios, nos dará una
segunda oportunidad, invitándonos a ayudar a quien esté cargando con una cruz
realmente pesada. Ahora, juntos los dos, podremos llegar a la meta; y juntos
los dos, podremos entrar en su Reino.
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