2024 SOLEMNIDAD
DE PENTECOSTÉS
En
Pentecostés nace la nueva comunidad, que brota del Espíritu del Resucitado y
tiene como principio la misericordia: Jesús en el centro, “se puso en
medio”, es el soporte de la comunidad que situada a su alrededor le
mira y se miran entre ellos. La comunidad no es un círculo cerrado, sino una
espiral donde el amor del Padre se vierte y el Espíritu de Jesús se cultiva y
ella lo vive y lo comunica a sus realidades humanas.
El
Génesis describe así la creación: El Señor Dios modeló al hombre del
barro de la tierra. Luego sopló en su nariz aliento de vida. Y así el hombre se
convirtió en un ser viviente. El ser humano es barro. En cualquier
momento se puede desmoronar. ¿Cómo caminar con pies de barro? ¿Cómo mirar la
vida con ojos de barro? ¿Cómo amar con corazón de barro? Sin embargo, este
barro ¡vive! En su interior hay un aliento que le hace vivir, el aliento de
Dios, su Espíritu de vida.
El
aire nuevo que recibe la comunidad es “el aliento” de Jesús, manifestado en el
perdón desparramado a raudales como único camino para construir una sociedad
verdaderamente humana, junto con el discernimiento para que el mensaje de Jesús
no se corrompa. Solo con el Espíritu del Resucitado se hace la misión de Jesús.
Jesús sopla su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo.
Sin
el Espíritu de Jesús, la Iglesia es barro sin vida: una comunidad incapaz de
introducir esperanza, consuelo y vida en el mundo. Podemos pronunciar palabras
sublimes, elocuentes, pero sin comunicar el aliento de Dios a los corazones.
Sin
el Espíritu creador de Jesús podemos terminar viviendo en una Iglesia que se
cierra a toda renovación: una religión estática y controlada, que cambie lo
menos posible; lo que hemos recibido de otros tiempos es también lo mejor para
los nuestros; nuestras generaciones han de celebrar su fe vacilante con el
lenguaje y los ritos de hace muchos siglos. Los caminos están marcados.
Pero
el Evangelio de este domingo nos recuerda también algo sumamente importante: el
Espíritu brota del costado y las manos heridas del Resucitado, no es ajeno a
tanto dolor, violencia, injusticia y sufrimiento que hay en el mundo. No se nos
ofrece pese a ellos, sino que desde ellos mismos se derrama como
aliento, como resistencia, como lucidez, como energía, para atravesar la
densidad de los infiernos humanos y enfrentarlos, como contrarios a la vida,
urgiéndonos a denunciarlos y a buscar colectivamente terminar con ellos.
Por
eso recibir el Espíritu nos urge siempre a la misión, una misión que no
se sostiene en nuestras propias fuerzas, sino que es recibida y alentada
como una brasa inextinguible que nos mueve siempre al agradecimiento y a la
gratuidad. ¿Sentimos su ardor?
Cómo
no gritar con fuerza: ¡Ven, Espíritu Santo! Ven a tu Iglesia. Ven a liberarnos
del miedo, la mediocridad y la falta de fe en tu fuerza creadora. No hemos de
mirar a otros. Hemos de abrir cada uno nuestro propio corazón.
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