sábado, 18 de mayo de 2024

2024 SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

En Pentecostés nace la nueva comunidad, que brota del Espíritu del Resucitado y tiene como principio la misericordia: Jesús en el centro, “se puso en medio”, es el soporte de la comunidad que situada a su alrededor le mira y se miran entre ellos. La comunidad no es un círculo cerrado, sino una espiral donde el amor del Padre se vierte y el Espíritu de Jesús se cultiva y ella lo vive y lo comunica a sus realidades humanas.

El Génesis describe así la creación: El Señor Dios modeló al hombre del barro de la tierra. Luego sopló en su nariz aliento de vida. Y así el hombre se convirtió en un ser viviente. El ser humano es barro. En cualquier momento se puede desmoronar. ¿Cómo caminar con pies de barro? ¿Cómo mirar la vida con ojos de barro? ¿Cómo amar con corazón de barro? Sin embargo, este barro ¡vive! En su interior hay un aliento que le hace vivir, el aliento de Dios, su Espíritu de vida.

El aire nuevo que recibe la comunidad es “el aliento” de Jesús, manifestado en el perdón desparramado a raudales como único camino para construir una sociedad verdaderamente humana, junto con el discernimiento para que el mensaje de Jesús no se corrompa. Solo con el Espíritu del Resucitado se hace la misión de Jesús. Jesús sopla su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo.

Sin el Espíritu de Jesús, la Iglesia es barro sin vida: una comunidad incapaz de introducir esperanza, consuelo y vida en el mundo. Podemos pronunciar palabras sublimes, elocuentes, pero sin comunicar el aliento de Dios a los corazones.

Sin el Espíritu creador de Jesús podemos terminar viviendo en una Iglesia que se cierra a toda renovación: una religión estática y controlada, que cambie lo menos posible; lo que hemos recibido de otros tiempos es también lo mejor para los nuestros; nuestras generaciones han de celebrar su fe vacilante con el lenguaje y los ritos de hace muchos siglos. Los caminos están marcados.

Pero el Evangelio de este domingo nos recuerda también algo sumamente importante: el Espíritu brota del costado y las manos heridas del Resucitado, no es ajeno a tanto dolor, violencia, injusticia y sufrimiento que hay en el mundo. No se nos ofrece pese a ellos, sino que desde ellos mismos se derrama como aliento, como resistencia, como lucidez, como energía, para atravesar la densidad de los infiernos humanos y enfrentarlos, como contrarios a la vida, urgiéndonos a denunciarlos y a buscar colectivamente terminar con ellos.

Por eso recibir el Espíritu nos urge siempre a la misión, una misión que no se sostiene en nuestras propias fuerzas, sino que es recibida y alentada como una brasa inextinguible que nos mueve siempre al agradecimiento y a la gratuidad. ¿Sentimos su ardor?

Cómo no gritar con fuerza: ¡Ven, Espíritu Santo! Ven a tu Iglesia. Ven a liberarnos del miedo, la mediocridad y la falta de fe en tu fuerza creadora. No hemos de mirar a otros. Hemos de abrir cada uno nuestro propio corazón.

 

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