2024
JUNIO MEDITACIÓN EUCARÍSTICA.
EL
ANCIANO SAMURÁI
Señor
Jesús aquí estamos de nuevo delante de ti para sentir tu presencia. Acabamos de
celebrar el Corpus, la fiesta de la eucaristía y hemos admirado tu presencia en
esta forma sagrada. Un presencia viva, fortalecedora y sanadora. Contigo
nuestra vida adquiere una serenidad total. Contigo reconocemos nuestras
emociones, las aceptamos y aprendemos a regularlas. No nos dejes arrastrar por
la negatividad, por la ira.
Los
insultos provocan ira, rabia, pero… ¿Y si no cedemos ante las provocaciones,
insultos o intentos de humillación? No podemos cambiar la actitud de otras
personas, pero podemos elegir cambiar la nuestra y al no aceptar los insultos, pertenecen
a quien los llevaba consigo.
Este
cuento del anciano samurái nos ayudará a reflexionar sobre ello:
Cerca
de Tokio vivía un gran samurái que se dedicaba a enseñar el budismo a los
jóvenes. Aunque tenía una edad avanzada, corría la leyenda de que era capaz de
vencer a cualquier adversario. Un día, un guerrero conocido por su falta de
escrúpulos pasó por la casa del anciano samurái. Era famoso por provocar a sus
adversarios y, cuando estos perdían la paciencia y cometían un error,
contraatacaba. El joven guerrero jamás había perdido una batalla.
Conocía
la reputación del viejo samurái, por lo que quería derrotarlo y aumentar aún
más su fama. Los discípulos del maestro se opusieron, pero el anciano aceptó el
desafío.
Todos
se encaminaron a la plaza de la ciudad, donde el joven guerrero empezó a
provocar al viejo samurái:
Le
insultó y escupió en la cara. Durante varias horas hizo todo lo posible para
que el samurái perdiera la compostura, pero el viejo permaneció impasible. Al
final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró.
Decepcionados
por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones sin
responder, sus discípulos le preguntaron:
-
¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aunque
pudiera perder en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros?
-
El anciano les contestó: Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo
aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo?
-
A quien intentó entregarlo, por supuesto, respondió uno de los discípulos.
-
Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos – explicó el
maestro – Cuando no los aceptas, siguen perteneciendo a quien los llevaba
consigo.
Cuantas
lecciones valiosas aprendemos de la historia de este viejo y sabio samurái.
Porque en realidad, todos cargamos con insatisfacciones, ira, frustraciones,
culpa y miedo. Sin embargo, eso no significa que debamos contagiar nuestra
frustración a otras personas.
En
la vida siempre encontramos a otras personas mucho más tóxicas que nosotros
mismos. Personas destructivas que se disfrazan con la intención de ayudar para
perjudicar, generar culpa, restar valor a nuestro esfuerzo y alimentar nuestros
miedos e inseguridades. Sin embargo, si somos capaces de mantener la serenidad
que el momento requiere, podríamos responder de forma consciente y evitando sus
presentes tóxicos, evitaremos el contagio de su veneno. No aceptemos sus
provocaciones ni sus regalos envenenados. Si aprendemos a responder de forma
consciente a las provocaciones en lugar de reaccionar, será más difícil que no nos
ofendan.
Dejar
atrás el pasado. Lo hecho, hecho está, pero no podemos vivir siempre con
vergüenza o miedo por lo que sucedió tiempo atrás. Aprendamos para que no se
repitan errores, porque ese aprendizaje es precisamente el que nos fortalece y
el que nos da seguridad, pese a no haber acertado.
Con
Jesús queremos controlar las emociones y no dejarnos llevar con reacciones que
perdamos el control. Evitemos todo tipo de toxicidad. Las palabras deben ser
elegidas con cuidado porque las personas que la escucharán, serán influidas
para bien o para mal. Un refrán popular dice que “no daña quien quiere, sino
quien puede”.
Así
que en nuestra mano está, igual que hizo el viejo samurái, aceptar o rechazar
lo que el otro pretende que asumamos como nuestro.
Aferrarse
a la ira es como agarrarse a un carbón caliente con la intención de tirárselo a
alguien; tú eres el que te quemas”