sábado, 8 de junio de 2024


 

2024 CICLO B TIEMPO ORDINARIO X

 

En el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar se nos narran tres escenas que ocurren en la casa de Simón Pedro y Andrés, en Cafarnaúm. Recordemos que Jesús se hospedaba en aquella casa y desde ella salía a predicar a los pueblos de Galilea, junto a sus discípulos. Y cuando estaban en la casa muchas personas del pueblo acudían a escuchar a Jesús y ser sanadas por Él. Pero ese día se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer.

- Llegaron a la casa unos familiares de Jesús con la idea de llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí. Sabemos que la familia de Jesús era descendiente de David. Eso era para sus miembros un gran honor, pero también les hacía ser un importante referente religioso para los otros judíos.

- Después nos dice este evangelista que Jesús recibió otra mala visita. Esta vez se trataba de un grupo de escribas que había bajado desde Jerusalén para reprenderle y acusarle de actuar con el poder de Belcebú, el jefe de los demonios. Es decir, le acusaban de estar endemoniado. Aquella era una acusación muy fuerte.

Jesús debió sentirse bastante solo, bastante incomprendido. Las personas que estaban alrededor de Jesús lo afirmaban, pues, escuchándole y contemplándole, habían podido comprobar que sus palabras y actos eran divinos, no demoniacos. E intuían que, acusarle de actuar con el poder de Belcebú era, como el propio Jesús afirmaba, una blasfemia contra el Espíritu Santo

- Por último, llegó una visita muy buena: eran su madre y algunos familiares muy cercanos que no venían a acusarle de nada, sino todo lo contrario. Sabiendo que otros miembros de la familia habían ido a Cafarnaúm a importunarle, ellos, en cambio, fueron a apoyarle y a animarle a seguir predicando y sanando a la gente.

Y aquí ocurrió algo muy importante. Antes de que saliera de la casa para abrazar a su madre y a sus otros familiares, Jesús, mirando a los que estaban sentados alrededor, consideró oportuno concederles algo muy valioso: les incorporó a su familia espiritual, porque ellos habían demostrado con creces que hacían la voluntad de Dios Padre, no dejándose llevar por las habladurías ni por los ataques de los escribas.

Jesús sentía un aprecio especial por los humildes y sencillos, y disfrutaba sintiéndose querido y apoyado por ellos. Por eso se esforzaba tanto en ayudarles a madurar interiormente e, incluso, les incorporó a su familia espiritual.

En definitiva, este pasaje del Evangelio nos habla de la importancia de permanecer junto a Jesús escuchándole y contemplándole, reconociendo humildemente nuestros pecados y arrepintiéndonos de ellos, esperando –llenos de fe– que nos guíe hacia la salvación. Sólo así lograremos integrarnos íntimamente en la Iglesia, es decir, en la familia espiritual de Jesús.

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