2024 CICLO B TIEMPO
ORDINARIO X
En
el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar se nos narran tres escenas
que ocurren en la casa de Simón Pedro y Andrés, en Cafarnaúm. Recordemos que
Jesús se hospedaba en aquella casa y desde ella salía a predicar a los pueblos
de Galilea, junto a sus discípulos. Y cuando estaban en la casa muchas
personas del pueblo acudían a escuchar a Jesús y ser sanadas por Él. Pero
ese día se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer.
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Llegaron a la casa unos familiares de Jesús con la idea de llevárselo,
porque se decía que estaba fuera de sí. Sabemos que la familia de Jesús
era descendiente de David. Eso era para sus miembros un gran honor, pero
también les hacía ser un importante referente religioso para los otros
judíos.
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Después nos dice este evangelista que Jesús recibió otra mala visita. Esta vez
se trataba de un grupo de escribas que había bajado desde Jerusalén para
reprenderle y acusarle de actuar con el poder de Belcebú, el jefe de los
demonios. Es decir, le acusaban de estar endemoniado. Aquella era una acusación
muy fuerte.
Jesús
debió sentirse bastante solo, bastante incomprendido. Las personas que
estaban alrededor de Jesús lo afirmaban, pues, escuchándole y
contemplándole, habían podido comprobar que sus palabras y actos eran
divinos, no demoniacos. E intuían que, acusarle de actuar con el
poder de Belcebú era, como el propio Jesús afirmaba, una blasfemia contra el
Espíritu Santo
-
Por último, llegó una visita muy buena: eran su madre y algunos familiares
muy cercanos que no venían a acusarle de nada, sino todo lo contrario. Sabiendo
que otros miembros de la familia habían ido a Cafarnaúm a importunarle, ellos,
en cambio, fueron a apoyarle y a animarle a seguir predicando y sanando a
la gente.
Y
aquí ocurrió algo muy importante. Antes de que saliera de la casa para abrazar
a su madre y a sus otros familiares, Jesús, mirando a los que estaban
sentados alrededor, consideró oportuno concederles algo muy valioso: les incorporó
a su familia espiritual, porque ellos habían demostrado con creces que hacían
la voluntad de Dios Padre, no dejándose llevar por las habladurías ni
por los ataques de los escribas.
Jesús
sentía un aprecio especial por los humildes y sencillos, y disfrutaba
sintiéndose querido y apoyado por ellos. Por eso se esforzaba tanto en
ayudarles a madurar interiormente e, incluso, les incorporó a su familia
espiritual.
En
definitiva, este pasaje del Evangelio nos habla de la importancia de
permanecer junto a Jesús escuchándole y contemplándole, reconociendo
humildemente nuestros pecados y arrepintiéndonos de ellos, esperando –llenos de
fe– que nos guíe hacia la salvación. Sólo así lograremos integrarnos
íntimamente en la Iglesia, es decir, en la familia espiritual de Jesús.
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