2024AGOSTO
MEDITACIÓN EUCARÍSTICA.
LAS DOS
HORMIGAS
Señor Jesús
presente en el altar, de nuevo en esta tarde venimos a estar contigo y a
llenarnos de tu presencia. Aquí a tu lado nos encontramos bien y sabemos que
todos estos momentos que dedicamos a estar contigo no es tiempo perdido, sino
todo lo contrario es tiempo ganado y bien aprovechado. Porque salimos
reforzados y llenos de una gran esperanza e ilusión. Hoy queremos pedirte que
nos ayudes a desprendernos de todo aquello que nos ata, de todo aquello que no
nos hace bien para que asumamos la vida nueva que tú nos ofreces. Una vida
nueva llena de amor, de respeto y de fraternidad.
Una hormiga vivía plácidamente en una montaña de
azúcar. Otra hormiga vivía cerca de allí, en un montículo de sal. La hormiga
que vivía en la montaña de azúcar vivía feliz, porque disfrutaba de un alimento
muy dulce, mientras que la hormiga que vivía en la montaña de sal, siempre tenía
una terrible sed después de comer.
Un día, la hormiga de la montaña de azúcar se acercó
a la montaña de sal:
- ¡Hola, amiga! le dijo.
- ¡Hola! contestó extrañada la hormiga del montículo
de sal. ¡Qué bueno ver otra hormiga por aquí! Comenzaba a sentirme muy sola…
- Pues vivo muy cerca de aquí, en una montaña de
azúcar.
- ¿Azúcar? ¿Y eso qué es? preguntó extrañada la
hormiga de la sal.
- ¿Nunca probaste el azúcar? ¡Te va a encantar! Si
quieres, ven mañana a verme y te dejaré probar el azúcar.
- ¡Me parece una idea fantástica! contestó intrigada
la hormiga de la montaña de sal.
Al día siguiente, la hormiga del montículo de sal
decidió aceptar la invitación de su vecina. Pero antes de partir, pensó en
llevar en la boca un poco de sal, por si acaso el azúcar no le gustaba. Así
tendría algo que comer.
Y después de andar un poco, enseguida descubrió la
brillante montaña de azúcar. En lo más alto, estaba su vecina.
- ¡Qué bueno que viniste, amiga! Sube, que quiero
que pruebes el sabor del azúcar.
- ¡De acuerdo! contestó la hormiga de la sal.
Una vez arriba, la hormiga vecina le ofreció un poco
de azúcar, pero como ella tenía sal en la boca, el azúcar le supo a sal.
- ¡Vaya, que curioso! dijo la hormiga de la sal.
Resulta que tu azúcar sabe igual que mi sal. Debe ser lo mismo. Tú la llamas
azúcar y yo la llamo sal.
- No puede ser, dijo extrañada la otra hormiga. Yo
he probado la sal y no se parece en nada… A ver, abre la boca.
Entonces, la hormiga se dio cuenta de que tenía
guardada sal en la boca.
- ¡Claro! ¡Ahora lo entiendo! Anda, escupe la sal y
prueba de nuevo…
La otra hormiga obedeció y esta vez sí, el azúcar al
fin le supo a azúcar.
- ¡Mmmmmm! ¡Deliciosa! ¡Es una maravilla! dijo la
hormiga entusiasmada. Y se quedó a vivir con su nueva amiga, disfrutando del maravilloso
y dulce sabor del azúcar.
Si no te
deshaces de aquello a lo que te aferras sin que te haga feliz, no podrás
disfrutar de lo nuevo y darle una oportunidad para mejorar.
Jesús tú nos
decías que nos deshiciéramos del hombre viejo y que asumiéramos el hombre
nuevo, ese hombre nuevo que tú viniste a enseñarnos. Vivir como hermanos,
buscando el respeto de la diferencia del otro. Porque la diferencia del otro
nos enriquece y nos da nuevas visiones de la vida. Intentemos deshacernos de lo
viejo, de lo que no nos hace felices, de aquello que nos intoxica y nos
perjudica y revistámonos de lo bueno, de lo dulce de la vida. Solo tu Jesús
puedes echarnos una mano y con tu ayuda estamos seguros que lo conseguiremos.
De nuevo te pedimos que no nos abandones y que camines siempre con nosotros.
Amén.
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