sábado, 3 de agosto de 2024

2024 CICLO B TIEMPO ORDINARIO XVIII

Jesús nos propone un pan que da vida en plenitud: su enseñanza y su ejemplo. Esos alimentos, en nuestra dieta espiritual diaria, garantizan un valor nutricional que refuerza la vitalidad de nuestras células religiosas y avala su regeneración.

Dios vuelve a estar cerca y se preocupa de todos nosotros dando el “pan” a todo el que siente “hambre”. Ese pan es Cristo Jesús, su Hijo querido: “Yo soy el pan de la vida: el que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed”

Jesús en su discurso del “pan de vida” trata de ir llevándonos la creencia en EL antes de hablarnos del pan “eucaristía”. Por eso usa esos dos verbos “venir” y “creer”. Creer en Jesús es comer el pan que Dios nos envía para saciar nuestra hambre y nuestra sed.

Comer del “alimento que perece” es volver a la “olla de carne de Egipto”. Lo que entra por los ojos es lo que más nos atrae. Si queremos vivir felices y libres debemos dejarnos guiar por la fe.

Todos sabemos lo que significa el pan. Entre otros aspectos, nos trae connotaciones de bienestar. Nos recuerda que, el trabajo, nos procura aquello que más necesitamos para seguir adelante: el pan de cada día. El sabor a pan marca también el evangelio de este domingo. El secreto de la generosidad no está en la abundancia sino en la bondad del corazón. Constantemente nos encontramos con personas acaudaladas que son inmensamente tacañas y, por el contrario, con gente con escasos recursos económicos que son tremendamente espléndidos.

Y es que, la buena voluntad, es lo que nos hace grandes, solidarios, cercanos y sensibles a las carencias de los demás. Cuando existe la buena voluntad, está asegurado el primer paso para alcanzar un corazón grande. Es el todo, aun teniendo poco.

Podemos aprender esta gran lección: la felicidad no reside tanto en el tener cuanto en el compartir. Cuando se ofrece, el corazón vibra, se oxigena, se rejuvenece. Todos, cada día, debiéramos mirar nuestras manos. No para que nos lean el futuro, cuanto para percatarnos si hemos realizado una buena obra; si hemos ofrecido cariño; si hemos desplegado las alas de nuestra caridad; si hemos construido o por el contrario derrumbado. Al fin y al cabo, en el atardecer de la vida, nos examinarán del amor. Dejarán de tener efecto nuestras cuentas corrientes. Nuestras inversiones. Nuestros apellidos y nobleza. Comenzará a valer las manos que supieron estar siempre abiertas.

Debemos buscar sintonizar con Jesús: creer, confiar, dejarnos guiar. Jesús es el rostro de Dios, pero también el mejor ejemplo de humanidad realizada, conseguida. El verbo tan claro: dar, que contiene el corazón de Dios que da vida, el dador de vida.

Y aquí brota la reivindicación total de Jesús: ¡Yo soy el pan, yo hago la vida! El pan no es sólo un puñado de harina y agua, sino que indica todo lo que nos mantiene vivos. Amar. Paz. Dignidad. Fuerza. Libertad. Sueño. Pleno florecimiento de nuestro ser. Felicidad. Pan del cielo, compuesto de lo que constituye el cielo, hecho de la misma materia de la que está hecho Dios.

 

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