2024
CICLO B TIEMPO ORDINARIO XVIII
Jesús nos propone un pan que da vida en
plenitud: su enseñanza y su ejemplo. Esos alimentos, en nuestra dieta
espiritual diaria, garantizan un valor nutricional que refuerza la vitalidad de
nuestras células religiosas y avala su regeneración.
Dios vuelve a estar cerca y se preocupa
de todos nosotros dando el “pan” a todo el que siente “hambre”. Ese pan es
Cristo Jesús, su Hijo querido: “Yo soy el pan de la vida: el que viene a mí no
pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed”
Jesús en su discurso del “pan de vida”
trata de ir llevándonos la creencia en EL antes de hablarnos del pan
“eucaristía”. Por eso usa esos dos verbos “venir” y “creer”. Creer en Jesús es
comer el pan que Dios nos envía para saciar nuestra hambre y nuestra sed.
Comer del “alimento que perece” es
volver a la “olla de carne de Egipto”. Lo que entra por los ojos es lo que más
nos atrae. Si queremos vivir felices y libres debemos dejarnos guiar por la fe.
Todos sabemos lo que significa el pan.
Entre otros aspectos, nos trae connotaciones de bienestar. Nos recuerda que, el
trabajo, nos procura aquello que más necesitamos para seguir adelante: el pan
de cada día. El sabor a pan marca también el evangelio de este domingo. El
secreto de la generosidad no está en la abundancia sino en la bondad del
corazón. Constantemente nos encontramos con personas acaudaladas que son
inmensamente tacañas y, por el contrario, con gente con escasos recursos
económicos que son tremendamente espléndidos.
Y es que, la buena voluntad, es lo que
nos hace grandes, solidarios, cercanos y sensibles a las carencias de los
demás. Cuando existe la buena voluntad, está asegurado el primer paso para
alcanzar un corazón grande. Es el todo, aun teniendo poco.
Podemos aprender esta gran lección: la
felicidad no reside tanto en el tener cuanto en el compartir. Cuando se ofrece,
el corazón vibra, se oxigena, se rejuvenece. Todos, cada día, debiéramos mirar
nuestras manos. No para que nos lean el futuro, cuanto para percatarnos si
hemos realizado una buena obra; si hemos ofrecido cariño; si hemos desplegado
las alas de nuestra caridad; si hemos construido o por el contrario derrumbado.
Al fin y al cabo, en el atardecer de la vida, nos examinarán del amor. Dejarán
de tener efecto nuestras cuentas corrientes. Nuestras inversiones. Nuestros
apellidos y nobleza. Comenzará a valer las manos que supieron estar siempre
abiertas.
Debemos buscar sintonizar con Jesús:
creer, confiar, dejarnos guiar. Jesús es el rostro de Dios, pero también el
mejor ejemplo de humanidad realizada, conseguida. El verbo tan claro: dar, que
contiene el corazón de Dios que da vida, el dador de vida.
Y aquí brota la reivindicación total de
Jesús: ¡Yo soy el pan, yo hago la vida! El pan no es sólo un puñado de harina y
agua, sino que indica todo lo que nos mantiene vivos. Amar. Paz. Dignidad.
Fuerza. Libertad. Sueño. Pleno florecimiento de nuestro ser. Felicidad. Pan del
cielo, compuesto de lo que constituye el cielo, hecho de la misma materia de la
que está hecho Dios.
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