SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA A LOS CIELOS
La Asunción de la
Virgen María a los cielos en cuerpo y alma, nos recuerda que María se anticipó
a la resurrección de los demás. Pero no un regalo personal sino una prenda de
lo que se ofrece para todos: la asunción de María es como un espejo en el que
toda la Iglesia se refleja, es lo que estamos invitados a vivir, pues María es
imagen de la Iglesia y el comienzo de su plenitud futura.
Frente a la desazón que
puede suscitar ver nuestra humanidad tan estancada para la paz y la justicia,
la glorificación de María nos despierta la esperanza y nos consuela: la
humanidad está abierta a Dios y Dios hace nuevas todas las cosas. En María toda
la Humanidad se llena de esperanza porque una hermana de nuestra raza ya goza
de su humanidad nueva. Quizá es prueba palpable de que otro mundo, otra humanidad
ya están siendo posibles.
El camino para ser
“levantados”
La Asunción de María se
diferencia de la Ascensión del Señor, porque él se eleva al cielo por su propia
gloria y María es levantada por Dios porque eleva a los humildes. Entonces el
camino es claro para nuestra vida futura. María poniéndose al servicio de los
demás, abajándose y poniendo en el centro la obra que Dios realiza, es
levantada por el mismo Dios.
El libro del
Apocalipsis, refleja muy bien la situación: María es esa mujer vestida de sol,
la luna por pedestal, coronada con doce estrellas, es también figura de la
Iglesia que da a luz y es perseguida por el Dragón y es resguardada por Dios en
el desierto.
Si elegimos el camino
del abajamiento recorrido por María, no faltarán las persecuciones. Sin
embargo, la gloria de María en su humanidad plena nos afirma en la esperanza,
nos confirma que, en Cristo Resucitado, la Vida puede más y, por eso, la muerte
será un enemigo definitivamente aniquilado, aunque por el momento parezca
ufanarse de sus conquistas.
En fin, María asunta
«en cuerpo y alma al cielo», humanidad adelantada en su final nos señala el
camino que la llevó a la Gloria, que no es otro que el de su Hijo… el
compromiso de la entrega de amor. Ella, la primera discípula, nos alienta y
consuela: la esperanza de la humanidad ¡ya está alcanzada! No nos quedemos
atrás.
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