sábado, 27 de mayo de 2023


 2023 AÑO A SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

Cincuenta días después de la Pascua celebramos Pentecostés y la grandeza de este domingo es que resalta esa fuerza poderosa de dios, creadora, renovadora, ilusionante. Los judíos celebraban pentecostés como renovación de la alianza del Sinaí, nosotros los cristianos celebramos esa Alianza Nueva, que ya no está en una ley escrita, muerta, sino en la vida nueva, que nos llega por el soplo del Espíritu del Resucitado.

Así fue en el origen entre los discípulos de Jesús. Después de un tiempo pascual prolongado, se vieron envueltos en una fuerza irresistible, maravillosa, que les llevó con alas nuevas a proclamar el mensaje de salvación y a afrontar todas las dificultades que eso suponía dentro del mundo judío y de las instituciones que no aceptaban un nuevo camino.

El Espíritu Santo es Dios en libertad. Rechazo de la monotonía. Palabra que se ofrece siempre nueva. Que hace cosas que no esperas. Que da a María un hijo "fuera de la ley", a Isabel un hijo profeta. Y a nosotros nos da todo lo que necesitamos para dar vida, y para dar la vida.

La primera lectura nos habla de los Apóstoles como "borrachos", embriagados por algo que los aturdía de alegría, como un vértigo, una seducción divina, violenta y feliz. Y la primera Iglesia, atrincherada a la defensiva, es lanzada hacia fuera y hacia delante. Hoy nuestra Iglesia tentada de atrincherarse y cerrarse, porque está en crisis numérica, porque aumentan los que se declaran indiferentes o molestos, esta Iglesia debería echar mano de aquel ímpetu original.

El Evangelio narra Pentecostés como un encuentro luminoso en la tarde de Pascua: "sopló sobre ellos y dijo: recibid el Espíritu Santo". En aquella habitación cerrada de aire estancado entra el oxígeno grande, ancho y profundo del cielo. Entra el soplo de Dios que no soporta esquemas ni cerrazones, que viene a hacernos vivos, sutiles y profundos como el soplo, humildes y tercos como el latido del corazón.

Por eso, en la fiesta de Pentecostés nos ponemos en manos del Espíritu Santo para que, a pesar de nuestros muchos defectos e imperfecciones, nos conduzca, unidos como comunidad eclesial, por el camino de la paz, el amor y la felicidad. Pero para ello es necesario que nosotros hagamos un gran esfuerzo de dejarnos guiar por el Espíritu Santo. A veces damos la impresión de ser una barca que permanece inmóvil, con apariencia de ser fiel, que no se deja impulsar, que no despliega sus velas. No son los grandes vientos los que más nos amenazan, sino la pasividad, la calma chicha, lo cotidiano, lo cómodo y la indiferencia.

Hoy acaban los cincuenta días del Tiempo Pascual y mañana comienza el Tiempo Ordinario. Y precisamente ahí, en lo ordinario, en lo cotidiano, es donde actúa el Espíritu Santo con su gracia. Día a día, en los detalles más insignificantes de nuestra existencia, el Espíritu de Dios se hace presente en los corazones. Es día de pedir para cada uno de nosotros y para nuestra Iglesia, el “viento” de Jesús. Dejémonos invadir, fortalecer, impulsar por el Espíritu que nos llevará a la construcción de cielos nuevos y tierra nueva.

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