2023 AÑO A SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
Cincuenta días después
de la Pascua celebramos Pentecostés y la grandeza de este domingo es que resalta
esa fuerza poderosa de dios, creadora, renovadora, ilusionante. Los judíos
celebraban pentecostés como renovación de la alianza del Sinaí, nosotros los
cristianos celebramos esa Alianza Nueva, que ya no está en una ley escrita,
muerta, sino en la vida nueva, que nos llega por el soplo del Espíritu del
Resucitado.
Así fue en el origen
entre los discípulos de Jesús. Después de un tiempo pascual prolongado, se
vieron envueltos en una fuerza irresistible, maravillosa, que les llevó con
alas nuevas a proclamar el mensaje de salvación y a afrontar todas las
dificultades que eso suponía dentro del mundo judío y de las instituciones que
no aceptaban un nuevo camino.
El Espíritu Santo es Dios en libertad. Rechazo de la monotonía. Palabra que se ofrece
siempre nueva. Que hace cosas que no
esperas. Que da a María un hijo
"fuera de la ley", a Isabel un hijo profeta. Y a nosotros nos da todo lo que necesitamos para dar
vida, y para dar la vida.
La primera lectura nos
habla de los Apóstoles como "borrachos",
embriagados por algo que los aturdía de alegría, como un vértigo, una
seducción divina, violenta y feliz. Y la primera Iglesia, atrincherada a la
defensiva, es lanzada hacia fuera y hacia delante. Hoy nuestra Iglesia tentada
de atrincherarse y cerrarse, porque está en crisis numérica, porque aumentan
los que se declaran indiferentes o molestos, esta Iglesia debería echar mano de
aquel ímpetu original.
El Evangelio narra
Pentecostés como un encuentro luminoso en la tarde de Pascua: "sopló sobre ellos y dijo: recibid el
Espíritu Santo". En aquella habitación cerrada de aire estancado entra
el oxígeno grande, ancho y profundo del cielo. Entra el soplo de Dios que no
soporta esquemas ni cerrazones, que viene a hacernos vivos, sutiles y profundos
como el soplo, humildes y tercos como el latido del corazón.
Por eso, en la fiesta
de Pentecostés nos ponemos en manos del
Espíritu Santo para que, a pesar de nuestros muchos defectos e
imperfecciones, nos conduzca, unidos como comunidad eclesial, por el camino de
la paz, el amor y la felicidad. Pero
para ello es necesario que nosotros hagamos un gran esfuerzo de dejarnos
guiar por el Espíritu Santo. A veces damos la impresión de ser una barca que
permanece inmóvil, con apariencia de ser fiel, que no se deja impulsar, que no
despliega sus velas. No son los grandes vientos los que más nos amenazan, sino
la pasividad, la calma chicha, lo cotidiano, lo cómodo y la indiferencia.
Hoy acaban los
cincuenta días del Tiempo Pascual y mañana comienza el Tiempo Ordinario. Y
precisamente ahí, en lo ordinario, en lo cotidiano, es donde actúa el Espíritu
Santo con su gracia. Día a día, en los detalles más insignificantes de nuestra
existencia, el Espíritu de Dios se hace presente en los corazones. Es día de
pedir para cada uno de nosotros y para nuestra Iglesia, el “viento” de Jesús.
Dejémonos invadir, fortalecer, impulsar por el Espíritu que nos llevará a la
construcción de cielos nuevos y tierra nueva.
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