2023 MAYO ADORACIÓN EUCARISTICA:
Los ojos dulces
de María
Siempre me ha hecho reflexionar mucho aquella bienaventuranza de Cristo: “Bienaventurados los puros de corazón,
porque ellos verán a Dios”. ¿Qué tendrá que ver la pureza con la vista?
Desde luego, con la vista corporal quizá no tenga que ver apenas nada. Pero
seguramente mucho con la “vista” espiritual. Porque está claro que a Dios no se
le puede ver con los ojos de la carne, pero sí con los del espíritu, con los
del corazón, que son la fe y el amor. Sólo cuando el alma es pura y cristalina
está en condiciones de poder ver y contemplar a Dios. “Sólo en un corazón puro -escribía San Agustín- existen los ojos con
que puede Dios ser visto”.
Me imagino que Cristo al
formular esta bienaventuranza tenía en mente a su Madre. Ella era la creatura
más pura que jamás ha existido y existirá. El corazón de María era como un mar
de gracia profundo, cristalino y transparente. Se ha dicho siempre que los ojos
son las ventanas del alma. Es cierto. A través de ellos se puede mirar al
interior de otra persona. Por eso, mirando a los ojos a María podremos ver y
apreciar la pureza inmaculada de su alma.
Los ojos de María. ¡Quién pudiera haberlos visto realmente tan siquiera una
vez, aunque fuera por un instante! Sólo a algunos privilegiados les tocó.
Nosotros hemos de contentarnos con verlos desde la fe o con soltar un poco
nuestra imaginación para hacernos una idea de cómo eran.
Los ojos de María. Ojos
hermosos, agradables, con esa belleza natural que no necesita de mejunjes ni
postizos para ser encantadores. Ojos sencillos, de esos que no saben mirar a
los demás desde la altivez. Ojos bondadosos, que nunca se han desfigurado con
guiños de ira o de odio. Ojos sinceros, que no han aprendido a mentir; testigos
de un interior sin sombra de doblez. Ojos atentos a las necesidades ajenas y
distraídos para fijarse y molestarse por sus defectos. Ojos comprensivos y
misericordiosos que, ante pecadores y malhechores, se transforman en manos
abiertas que ofrecen la gracia a raudales. Ojos de mujer que reflejan
nítidamente un alma preciosa, adornada de humildad, de bondad, se sinceridad,
caridad, de comprensión y misericordia. Los ojos de María. Los ojos de un alma
en gracia. Verdaderas ventanas al cielo. Porque cielo era toda su alma.
Los ojos de María, cuya
penetrante y dulce mirada todo lo puede. Cuántos indiferentes se han visto
interpelados por el brillo de pureza de esos ojos inocentes. Cuántos orgullosos
han caído rendidos a sus plantas, desarmados por la mansedumbre que traslucen
sus pupilas. Cuántos ánimos frágiles ante el mal se han armado de bravura y han
vencido al tentador al recordar que Ella les miraba.
Cuántas veces la sola
mirada de María fue sin duda bálsamo sobre el desgarrado corazón de algún
vecino atribulado. Cuántas fue fuente de paz y consuelo que barrió de angustias
el interior de algún contrariado pariente. Cuántas, esos luceros de su rostro,
fueron luz cálida, manto que arropó de piedad e intercesión las almas
atenazadas por el frío del pecado. Y cuántas siguen siendo aún todo eso y más
para muchos de nosotros.
Es sumamente consolador
saber que tendremos toda la eternidad para contemplar, sin cansancio ni
aburrimiento, los hermosos ojos de María. Asomarse a ellos es asomarse a la
maravilla más excelsa salida de las manos de Dios. María fue su obra maestra.
En Ella el Creador se lució. Sin embargo, no hay que esperar a llegar al cielo
para recrearnos en su contemplación. Podemos desde ahora, con la fe, mirar sus
ojos y sostener su mirada portentosa.
Pero me temo que muchos
de nosotros somos incapaces de sostener una mirada tan luminosa. Nos molesta el
chorro de luz que el alma pura de María despide a través de sus ojos y de todo
su ser. Nuestras pupilas, tan acostumbradas quizá a las oscuridades de la impureza
y del pecado, no soportan semejante claridad. A lo mejor no queremos que esa
mirada materna desenmascare y purifique nuestra alma llena de barro. Porque no
estamos dispuestos a dejar que en ella penetre la gracia de Dios y la limpie y
la ordene y la santifique.
María ha sido la
creatura más pura y por eso también la más auténticamente feliz y satisfecha,
la más libre de espíritu, la mejor dispuesta para ver a Dios y saborear esa
deliciosa visión con una intensidad inigualable. Amén
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