lunes, 14 de agosto de 2023

2023 AÑO A ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Estamos en periodo vacacional y el descanso, la playa, salir con la familia y los amigos como que refresca el alma y podemos decir que nuestra vida tiene sabor a mar.

 Cuando regresemos a la vida cotidiana, al trabajo, al cansancio, a la contaminación urbana, tráfico, estrés, preocupaciones... entonces podremos decir que la vida tiene sabor a tierra, en el sentido más pobre del término a "polvo", "fugacidad", "precariedad" y cotidianidad habitual.

Nosotros, la humanidad, los hombres y mujeres de este particular periodo histórico, necesitamos más que nunca saborear algo más; algo que no sepa siempre y únicamente a tierra; necesitamos algo que nos recuerde que no estamos hechos sólo de tierra. Nosotros también estamos hechos de cielo, también necesitamos saborear algo que sepa a cielo, y esta Solemnidad de la Asunción de la Virgen María nos lo recuerda. Porque celebrando a una Mujer, una de nosotros, que después de saborear esta tierra terminó su existencia saboreando el cielo. Y lo saboreó tanto que entró en él totalmente, en cuerpo y alma, para siempre. Pero no entra en ella sólo para hacer la voluntad de Dios: entra en el cielo para mostrarnos un camino, para trazarnos una senda, para darnos un anticipo de esas cosas del cielo a las que estamos llamados y que ya debemos empezar aquí a saborear, a gustar, sin indigestarnos antes de tiempo, sino sintiendo ya una sensación de saciedad, como esos aperitivos -tan de moda hoy- a veces más abundantes que las comidas que les siguen.

Empecemos por las pequeñas cosas de cada día. Demos sabor de cielo a las cosas de la vida. Dejemos de pensar, hablar y vivir como si todo terminara hoy, aquí, en la tierra, y no tuviéramos un destino mayor esperándonos en el cielo.

- Ojalá María, Madre y Puerta del Cielo nos enseñe a superar esas conversaciones hechas de tierra -o más bien, a menudo, de auténtico barro-, y ayúdanos a hablar entre nosotros de las cosas que saben a cielo.

- Enséñanos a levantar la mirada de la tierra, a mirar los lugares donde nos encontramos y a discernir su belleza, su sacralidad, su historia, su encanto, aprendiendo a respetar y amar la creación.

- Enséñanos a leer las cosas de la vida con los ojos llenos de cielo, y a descubrir en ellas palabras de vida, más allá de la mucha o poca fe que impregne nuestras almas.

- Enséñanos a escuchar palabras y sonidos que contengan verdaderos valores, que sepan levantarnos el ánimo en lugar de rompernos los tímpanos, que nos hagan dar gracias a Dios por tener todavía la capacidad de distinguir los ruidos de los sonidos.

- Enséñanos a hacer gestos que tengan auténtico sabor a cielo, a entender que el mundo es más justo si cada uno de nosotros empieza a hacer más justo su trocito de tierra. De ese cielo que vive, en fragmentos, en el corazón de cada hombre y mujer y que tú, Mujer y Madre, habitas y vives para siempre.

 

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