2023 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XX
Hoy nos encontramos con
una mujer intrépida, inteligente e indomable. Ella no cede ante las bruscas
respuestas de Jesús, es uno de los personajes más simpáticos del Evangelio:
incluso consigue hacer cambiar de opinión a Jesús.
Para Israel, era
impensable que los extranjeros pudiesen formar parte del pueblo elegido, pero con
Jesús se amplían los horizontes. Es el gran anuncio de la universalidad de la
salvación. Todos están necesitados de la misericordia de Dios
La actitud de Jesús
hacia la mujer cananea puede parecer, inicialmente, una actitud dura e incluso
despectiva. La mentalidad judía consideraba que el pan de los "hijos"
(los judíos) no debía darse a los "perros" (los paganos). El pan
hacía referencia a las promesas y bendiciones de Dios. No obstante, la mujer
cananea, con gran audacia, con toda la fuerza de su amor maternal y con toda la
esperanza puesta en Jesús, suplica que su hija sea curada: Ten compasión de mí,
Señor, Hijo de David. Cuando Jesús aduce que no estaría bien dar el pan de los
hijos a los perros, la mujer afirma: Cierto, Señor; pero también los perros
comen las migajas que caen de la mesa de los amos.
Esta actitud dará paso
a una incondicional acogida por parte de Jesús, manifestándole: Mujer, qué grande es tu fe. Que se cumpla
lo que deseas. El evangelio anuncia que, con Jesús, se produce un gran
cambio: el fin del exclusivismo religioso para abrir el horizonte de la
salvación a todos. Es esta mujer pagana la que hace cambiar de opinión a Jesús
y reconoce su gran fe y eso le conmueve y hacer surgir el milagro.
La mujer de la historia
habla tres veces. La primera palabra
contiene la más antigua de las plegarias cristianas: Señor, ten piedad. Pero no de los pecados de mi hija, sino de su
dolor. La mujer no se da por vencida y repite de nuevo su dolor y angustia y alza
la voz hasta provocar una respuesta, pero brusca: He venido por los hijos de Israel,
y no por vosotros. Pero en lugar de rendirse, la mujer alza la voz. Se lanza
sobre Jesús, se tira al suelo ante él, y de su corazón brota la segunda palabra, toda pasión: ¡Señor, ayúdame! Una vez más la
respuesta es dura: el pan de los hijos no se echa a los perros. Y aquí florece
el genio de la madre, en su tercera
palabra: Es verdad, Señor, pero los perritos comen las migajas que caen de
la mesa. Solo pide migajas de amor y comprensión para todos los perritos del
mundo.
Que reflexión tan
grande: Una madre poderosa que no sabe teología y, sin embargo, conoce a Dios
por dentro, lo siente latir en el fondo de las heridas de su hija. Puede
parecer una migaja, puede parecer pequeña, pero las migajas de Dios son tan
grandes como Dios mismo. Jesús está como atónito ante esta imagen, se conmueve:
¡Mujer, grande es tu fe!
Grande es todavía la fe
en la tierra, porque grande es el número de madres, mujeres de Tiro, de Sidón,
de todas partes, que no conocen el Credo ni el Catecismo, pero conocen el
corazón de Dios.
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