2023 MEDITACIÓN EUCARÍSTICA.
LAS
SEMILLAS DESDE EL AUTOBÚS
Señor aquí
estamos en esta tarde de agosto para gozar de tu compañía y de tu serenidad. La
necesitamos siempre, queremos sentirnos acompañados por ti y sobre todo amados. Tantas
veces la vida, la familia, los amigos nos desilusionan, pensamos que es inútil
sembrar porque nunca ve os los frutos y quizá nunca los veamos. Algunas veces
nos planteamos si vale la pena o no emprender determinada tarea porque a lo
mejor es a muy largo plazo y es posible que no veamos sus frutos. Por ejemplo, cuando
nos hablan del cambio climático, ¡que ya está con nosotros!, y las medidas que
hay que tomar en casa para ayudar a que se retrase, más de uno piensa a mí ya no
me va a afectar. Pero no pensamos en las consecuencias para los que nos siguen
en la vida. Pues reflexionemos desde esta bonita historia sobre el trabajo para
los demás, ese que se hace sin esperar recoger sus frutos.
Las semillas desde el autobús: Había una vez un hombre que
subía cada día al autobús para ir al trabajo. Una parada después, una anciana
subía al autobús y se sentaba al lado de la ventana.
La anciana abría una bolsa y durante todo el
trayecto, iba tirando algo por la ventana, siempre hacía lo mismo y un día,
intrigado, el hombre le preguntó qué era lo que tiraba por la ventana.
- ¡Son semillas! - le dijo la anciana.
- ¿Semillas? ¿Semillas de qué?
- De flores es que miro afuera y está todo tan
vacío...Me gustaría poder viajar viendo flores durante todo el camino. ¿Verdad
que sería bonito?
Pero las semillas caen encima del asfalto, las
aplastan los coches, se las comen los pájaros... ¿Cree que sus semillas
germinarán al lado del camino?
Seguro que sí. Aunque algunas se pierdan, alguna
acabará en la cuneta y, con el tiempo, brotará.
Pero...tardarán en crecer, necesitan agua ...
Yo hago lo que puedo hacer. ¡Ya vendrán los días de
lluvia!
La anciana siguió con su trabajo ...
Y el hombre bajó del autobús para ir a trabajar,
pensando que la anciana había perdido un poco la cabeza.
Unos meses después... Yendo al trabajo, el hombre,
al mirar por la ventana vio todo el camino lleno de flores...
¡Todo lo que veía era un colorido y florido paisaje!
Se acordó de la anciana, pero hacía días que no la
había visto. Preguntó al conductor: ¿La anciana de las semillas?
Pues, ya hace un mes que murió.
El hombre volvió a su asiento y siguió mirando el
paisaje: Las flores han brotado, se dijo, pero ¿de qué le ha servido su trabajo?
No ha podido ver su obra.
De repente, oyó la risa de un niño pequeño. Una niña
señalaba entusiasmada las flores... ¡Mira, padre! ¡Mira cuantas flores!
No hace falta
explicar mucho el sentido de esta historia. La anciana de nuestra historia
había hecho su trabajo, y dejó su herencia a todos los que la pudieran recibir,
a todos los que pudieran contemplarla y ser más felices. Dicen que aquel
hombre, desde aquel día, hace el viaje de casa al trabajo con una bolsa de
semillas que va arrojando por la ventanilla.
Señor ayúdanos
a no dejar de sembrar cosas buenas. No importa si nosotros lo vemos o no.
Estamos seguros de que alguien siempre recogerá nuestra siembra. Danos la
fuerza necesaria para no desanimarnos nunca.
Ayúdanos a
reconocer el valor del esfuerzo cuyo fruto no se recoge enseguida. Cuántas
veces en nuestras familias hemos sembrado valores evangélicos, humamos,
solidarios y parece que les pierde la pista; tengamos la esperanza de que
quizá, con el paso de los años, algún día vuelves a ver aquellos valores
reflejados en tus hijos, nietos amigos, y comprendes que lo que sembraste dio
su fruto con creces y eso cuanto satisface. Tenemos que acostumbrarnos a
sembrar no para esperar recoger sino para que la siembra quede hecha y
fructifique cuando sea el momento, sea quien sea el que reciba el beneficio de
los frutos.
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