2023
AÑO A TIEMPO ORDINARIO XXVII
El pasaje del Evangelio nos invita a
reflexionar sobre las responsabilidades y dones que cada uno tenemos. Sí somos
posesivos, sí nos creemos dueños y perdemos de vista que el único dueño es el
Señor, o nos consideramos siervos y administradores.
Los protagonistas de mayor relieve son,
sin duda, los labradores encargados de trabajar la viña. Su actuación es
siniestra. No se parecen en absoluto al dueño que cuida la viña con solicitud y
amor para que no carezca de nada.
No aceptan al señor al que pertenece la
viña. Quieren ser ellos los únicos dueños. Uno tras otro, van eliminando a los
siervos que él les envía con paciencia increíble. No respetan ni a su hijo.
Cuando llega, lo «echan fuera de la
viña» y lo matan. Su única obsesión es «quedarse con la herencia».
¿Qué puede hacer el dueño? Terminar con
estos viñadores y entregar su viña a otros «que le entreguen los frutos». La
conclusión de Jesús es trágica: «Yo os
aseguro que a vosotros se os quitará el reino de Dios y se dará a un pueblo que
produzca sus frutos».
No
está de más recordar el significado de la viña, como de costumbre, simboliza al
pueblo, y los cuidadores representan a las autoridades políticas y sobre todo
religiosas. Los enviados son los distintos profetas que Dios ha suscitado en el
pueblo para invitar a la conversión, pero que fueron despreciados.
El reino de Dios no es de la Iglesia. No
pertenece a la jerarquía. No es propiedad de estos teólogos o de aquellos. Su
único dueño es el Padre. Nadie se ha de sentir propietario de su verdad ni de
su espíritu. El Reino de Dios está en «el
pueblo que produce sus frutos» de justicia,
compasión y defensa de los últimos.
La mayor
tragedia que puede sucederle al cristianismo
de hoy y de siempre es que mate la
voz de los profetas, que los sumos sacerdotes se sientan dueños de la «viña
del Señor» y que, entre todos, echemos al Hijo «fuera», ahogando su Espíritu.
Si la Iglesia no responde a las esperanzas que ha puesto en ella su Señor, Dios
abrirá nuevos caminos de salvación en los que produzcan frutos.
Esta
parábola debe ser también para nosotros un aviso
la actitud posesiva. Todos tenemos responsabilidades: unos a un nivel
modesto, otros a un nivel más alto, otros a un nivel altísimo. Mas para todos es decisiva la actitud que
asumamos respecto a tales responsabilidades. La tentación que nos acecha es siempre la misma: adoptar una actitud posesiva, diciendo: “Dios me ha dado unos
dones, soy su propietario, hago con ellos lo que quiero. He recibido un puesto
de autoridad, me aprovecho de él en mi propio interés, para acumular dinero,
etc”. De este modo, actuamos de manera posesiva, en vez de ejercer la autoridad
en bien de todos.
Los
cristianos estamos llamados a vivir de manera generosa con este espíritu de
amor y de servicio. En él encontramos la alegría perfecta, la alegría divina,
que el Señor quiere comunicarnos.
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