QUE TU VIÑA, SEÑOR, NO SE DEBILITE
Envíame, siempre que me necesites, Señor y, si miro
hacia atrás, haz que vea el horizonte que me espera.
Mándame, Señor, a trabajar en tu hacienda y, si
prefiero quedarme en el escaparate de la vida hazme comprender que la
apariencia, la sensualidad, lo que veo y toco más pronto que tarde, todo acaba.
Sí, amigo y Señor; quiero ir a tu viña, aunque a
veces te traicione, aunque en ciertos momentos tenga miedo, o, en otras
ocasiones, por esto o por aquello me sacuda la incertidumbre o la pereza.
¡Quiero ir a tu viña! Y, si por lo que sea, Señor, te
digo “sí” y luego es “no” perdóname, Tú sabes cómo soy.
Sólo Tú, Señor, tienes la fuerza total y necesaria, para
cambiar el mundo y, también, para hacerlo conmigo.
Sólo Tú, Señor, sabes de antemano que no siempre mi
respuesta es la más sincera,
ni, otras tantas veces, la más acertada.
Pero, a pesar de todo, Señor me comprometo y quiero
ayudarte en tu viña para que no se debilite y siga germinando en abundancia; para
que no muera y los hombres y mujeres de mi tiempo puedan acercarse hasta ella y
cortar el racimo de la fe y de la esperanza, y puedan beber el vino del amor y
del perdón.
Por eso, Señor, ayúdame… quiero, que cuando Tú me
envíes, pueda salir a cuidar y trabajar la viña que Tú tanto amas. Amén.
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