2023 AÑO A TIEMPO ORDINARIO XXVIII
Una vez más se nos brinda
una parábola sorprendente y que da un giro inesperado y nos deja pensando. Es
la de los invitados a la boda que ponen excusas para no ir, incluso con malas
formas. Esto es fácil de entender, pero lo que resulta chocante es que el
anfitrión salga a los caminos para llenar el vacío de los invitados descorteses
y cuando se llena la sala del banquete, se fija en uno que no lleva traje de
boda y lo echa de allí. La invitación al banquete del reino es para todos, pero
hay que esforzarse para vestir un traje de fiesta, los que no visten traje de
fiesta son esos cristianos hipócritas que se apuntan a lo bueno, a los
privilegios de la religión (esa es la boda) pero no quieren vivir de acuerdo
con el evangelio (ese es el buen traje).
La parábola cuenta la
fiesta muy importante porque se casa el hijo del rey. La religión respira el
aire de la fiesta, se basa en el don. El relato se mueve en torno a tres
imágenes: una sala vacía; la búsqueda por las calles de convidados; un vestido
equivocado. Empieza bien, pero pronto se desvía hacia la tristeza.
- La sala vacía certifica un
fracaso, como en algunas de nuestras iglesias tristes y semivacías, con
el pan y el vino que nadie quiere, nadie busca, nadie saborea; con nuestra apatía
sobre la Palabra.
- Y luego la sorpresa: el rechazo
no revoca el don. Si los corazones y las casas de los invitados se
cierran, el Señor abre encuentros en otros lugares. Como dio la viña a otros
labradores, en la parábola del domingo pasado, así dará el banquete a otros
hambrientos. Los sirvientes son enviados en un orden ilógico y fabuloso: a
todos los que encuentres, llámalos a la boda. A todos, sin distinción de
méritos o formalidades. Qué hermosa idea de ese Dios que, rechazado, en lugar
de rebajar las expectativas, las eleva: ¡llamas a todos! Se abre, se ensancha,
va más allá, tiene tanta alegría que dar. Que entren todos, malos y buenos. Y
nosotros que pensábamos que al lado de Dios sólo había sitio para los buenos, los
mejores; en cambio "¡la sala se llenó!" y no sólo de
gente buena...
- Cuando el rey
desciende a la multitud festiva de la sala, me gusta la imagen de un Dios que
entra en el corazón de la vida. Pensamos en él como distante, separado, sentado
en su trono de juicio, pero en cambio está dentro de esta sala del mundo,
dentro de la vida, aquí con nosotros, como alguien que se preocupa por la
alegría, y la cuida. Ha invitado a mendigos y pilluelos, y se sorprende de que
uno vaya mal vestido. Pero no por lo que lleva en la piel, sino por lo que
viste su alma. El hombre "sin traje
de fiesta" es expulsado no porque sea peor que los demás, sino porque
está apagado por dentro, sin fiesta en el corazón.
Escuchar esta parábola
produce una punzada en el estómago: todavía hay tan pocos cristianos que
escuchen a Dios como un vino de alegría, una flauta del más allá. Tan pocos son
aquellos para quienes creer es una fiesta, una belleza de vivir, un capital de
fuerza y sonrisas.
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