2024
CICLO B TIEMPO ORDINARIO XIV
Cuando conocemos la procedencia de
alguien, quién es, cuáles son sus errores, nos inclinamos a pensar ¿quién se cree
que es? El mismo Jesús empezó a enseñar en su propia tierra, entre los suyos, y
nadie creía en él. Difícil reconocer el rostro de un profeta entre personas
conocidas.
En Nazaret todos se conocen, donde lo
saben todo de todos (o eso creen), la gente se asombra de discursos que nunca
han oído, de palabras que parecen no venir de la Sagrada Escritura, como siempre
la han oído en la sinagoga, y quizá ni siquiera de Dios: ¿de dónde demonios
sacan estas cosas? ¿No es el carpintero, el hermano de Santiago, de José, de
Judas y de Simón?
Esto les escandalizaba. Jesús, rabino
sin títulos y con callos en las manos, se propuso contar a Dios con parábolas
que saben a hogar, a tierra, a huerto, donde un brote, un grano de mostaza, se
convierten en personajes de una revelación. Escandaliza la humildad de Dios.
Este no puede ser nuestro Dios. ¿Dónde está la gloria y el esplendor del
Altísimo?
Lo más triste de este episodio es que
Jesús, no pudo hacer allí ningún milagro. Quienes lo rechazaron lograron su
objetivo. Sería terrible pensar que nuestros comportamientos humanos tienen el
poder de impedir los milagros.
Jesús se extrañó de la falta de fe de
quienes le conocían bien. Quizá esperaban otra cosa de él y lo que tenían ante
sus ojos les decepcionó. Podían reconocer su acción benéfica, pero les faltaba
fe para leer en esa acción su significado salvador. Sin fe no es posible la
acción salvífica.
Recordemos que la vocación profética no la reciben solo unos pocos escogidos. En el bautismo
todos los cristianos somos ungidos para unirnos a Cristo Sacerdote, Profeta y
Rey. A todos los bautizados Dios nos envía. Sabemos que el precio de la
verdadera profecía es el desprecio, el rechazo. Su valor no se lo da si es o no
escuchada. No es un asunto de índices de audiencia.
En tiempos de posverdad, de
‘cambio de opinión’, en que a todo se le da un valor relativo, se hace más
necesaria aún una conciencia, una referencia moral, un recordatorio de lo que
está bien y de lo que está mal. Ofrecerlo es parte de la responsabilidad de un
cristiano. Mientras haya alguien que diga y que practique la verdad, habrá para
el mundo una esperanza de conversión y de cambio. Un verdadero profeta es quien
sabe descubrir la voluntad de Dios en las situaciones prácticas de la vida.
Jesús aparece como alguien a
quien conocemos, aunque no lo reconocemos. Y tampoco es fácil reconocer a los
profetas que hay entre nosotros, no destacan en las redes sociales como
influencer.
¿Dónde están hoy los profetas que
nos den las esperanzas y las fuerzas para enfrentar cada día, los que sean
portadores de buenas noticias e ilusión para quienes no sienten el calor del
amor de Dios?
También Jesús se asombra del rechazo de
sus paisanos, pero no se da por vencido. Allí no podía hacer ningún
milagro. Pero enseguida se corrige: Sólo impuso las manos sobre
algunos enfermos y los curó. El Dios rechazado sigue haciendo
curaciones, incluso de unos pocos, incluso de uno solo. El amante rechazado
sigue amando, incluso sin retorno. Dios no está cansado de nosotros: sólo está
asombrado.
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