miércoles, 10 de julio de 2024


 

2024 MEDITACIÓN EUCARISTICA.

EL ROBLE Y LA HIEDRA

Querido Jesús sacramentado en esta tarde nos acercamos a ti para encontrar sosiego y calma. La serenidad es tan necesaria para el ser humanos y así poder tomar decisiones sensatas y adecuadas. Queremos que tu seas Señor nuestra roca para poder fundamentarnos y apoyarnos en nuestro caminar. Solo contigo encontraremos seguridad y acierto en el camino. Escuchemos esta historia.

El roble y la hiedra: Un hombre construyó una casa y la embelleció con un jardín. En el centro del jardín plantó un roble.

Este roble creció lentamente. Día a día echaba raíces y fortalecía su tallo, para convertirlo en tronco, capaz de resistir los vientos y las tormentas.

Junto a la pared de la casa se plantó una hiedra. La hiedra comenzó a levantarse velozmente. Todos los días extendía sus tentáculos llenos de ventosas, y se iba alzando adherida a la pared.

Al cabo de cinco años la hiedra ya caminaba sobre los tejados. El roble crecía silenciosa y lentamente.

- ¿Cómo estás, amigo roble?, preguntó una mañana la hiedra.

- Bien, mi amiga, contestó el roble.

- Eso dices porque nunca llegaste hasta esta altura, dijo la hiedra con ironía. Desde aquí se ve todo tan distinto. A veces me da pena verte siempre allá abajo en el jardín.

- No te burles, amiga, respondió el roble. Recuerda que lo importante no es crecer deprisa, sino con firmeza.

Entonces la hiedra lanzó una carcajada burlona.

El tiempo siguió su marcha. El roble creció con su ritmo firme y lento. Las paredes de la casa envejecieron. Y un día una fuerte tormenta sacudió la casa y su jardín. Fue una noche terrible. El roble se aferró con sus raíces para mantenerse erguido. La hiedra se aferró con sus ventosas al viejo muro para no ser derribada. La lucha fue dura y prolongada.

Al amanecer, el dueño de la casa recorrió su jardín, y vio que la hiedra había sido desprendida de la pared, y estaba enredada sobre sí misma, en el suelo, al pie del roble. El hombre arrancó la hiedra, y la quemó.

Mientras tanto el roble reflexionaba: “Es mejor crecer sobre raíces propias y crear un tronco fuerte, que ganar altura con rapidez, colgados y aferrados de la seguridad de otros”.

 

El profeta Jeremías 17, 5-9 nos dice: Esto dice el Señor: Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Será como cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia; habitará en un árido desierto, tierra salobre e inhóspita.

Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto. Nada hay más falso y enfermo que el corazón: ¿quién lo conoce?

Yo, el Señor, examino el corazón, sondeo el corazón de los hombres para pagar a cada cual su conducta según el fruto de sus acciones».

Señor Jesús esta lectura del profeta Jeremías nos habla de los dos caminos que podemos elegir en la vida: confiar en Dios o confiar en el hombre y en los bienes terrenales. La confianza en el Señor, según el profeta Jeremías, nos lleva a la felicidad (será “bendito” dice el texto), pues Dios no defrauda al que se fía de Él, y lo compara con la imagen de un árbol frondoso, plantado junto a la corriente, que no deja de dar fruto. O con el roble en medio del jardín de la historia que hemos escuchado. En cambio, aquel que busca su seguridad en el hombre, apartándose de Dios y de su voluntad, será como un cardo del desierto que no verá el bien; Jeremías lo llama “maldito”. O la hiedra que para crecer necesita apoyarse en algo fuera de ella misma.

Es importante caminar la vida con paso lento pero firme y seguro, porque no hay libertad ni fortaleza si se camina ligero, pero dependiendo de otro.

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