2024 MEDITACIÓN EUCARISTICA.
EL ROBLE Y LA HIEDRA
Querido
Jesús sacramentado en esta tarde nos acercamos a ti para encontrar sosiego y
calma. La serenidad es tan necesaria para el ser humanos y así poder tomar
decisiones sensatas y adecuadas. Queremos que tu seas Señor nuestra roca para
poder fundamentarnos y apoyarnos en nuestro caminar. Solo contigo encontraremos
seguridad y acierto en el camino. Escuchemos esta historia.
El
roble y la hiedra: Un hombre construyó una casa y la embelleció con un
jardín. En el centro del jardín plantó un roble.
Este
roble creció lentamente. Día a día echaba raíces y fortalecía su tallo, para
convertirlo en tronco, capaz de resistir los vientos y las tormentas.
Junto
a la pared de la casa se plantó una hiedra. La hiedra comenzó a levantarse
velozmente. Todos los días extendía sus tentáculos llenos de ventosas, y se iba
alzando adherida a la pared.
Al
cabo de cinco años la hiedra ya caminaba sobre los tejados. El roble crecía
silenciosa y lentamente.
-
¿Cómo estás, amigo roble?, preguntó una mañana la hiedra.
-
Bien, mi amiga, contestó el roble.
-
Eso dices porque nunca llegaste hasta esta altura, dijo la hiedra con ironía. Desde
aquí se ve todo tan distinto. A veces me da pena verte siempre allá abajo en el
jardín.
-
No te burles, amiga, respondió el roble. Recuerda que lo importante no es
crecer deprisa, sino con firmeza.
Entonces
la hiedra lanzó una carcajada burlona.
El
tiempo siguió su marcha. El roble creció con su ritmo firme y lento. Las
paredes de la casa envejecieron. Y un día una fuerte tormenta sacudió la casa y
su jardín. Fue una noche terrible. El roble se aferró con sus raíces para
mantenerse erguido. La hiedra se aferró con sus ventosas al viejo muro para no
ser derribada. La lucha fue dura y prolongada.
Al
amanecer, el dueño de la casa recorrió su jardín, y vio que la hiedra había
sido desprendida de la pared, y estaba enredada sobre sí misma, en el suelo, al
pie del roble. El hombre arrancó la hiedra, y la quemó.
Mientras
tanto el roble reflexionaba: “Es mejor crecer sobre raíces propias y crear un
tronco fuerte, que ganar altura con rapidez, colgados y aferrados de la
seguridad de otros”.
El
profeta Jeremías 17, 5-9 nos dice: Esto dice el Señor: Maldito quien confía
en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del
Señor. Será como cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia; habitará en un
árido desierto, tierra salobre e inhóspita.
Bendito
quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol
plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la
llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se
inquieta, ni dejará por eso de dar fruto. Nada hay más falso y enfermo que el
corazón: ¿quién lo conoce?
Yo,
el Señor, examino el corazón, sondeo el corazón de los hombres para pagar a
cada cual su conducta según el fruto de sus acciones».
Señor
Jesús esta lectura del profeta Jeremías nos habla de los dos caminos que
podemos elegir en la vida: confiar en Dios o confiar en el hombre y en los
bienes terrenales. La confianza en el Señor, según el profeta Jeremías, nos
lleva a la felicidad (será “bendito” dice el texto), pues Dios no defrauda al
que se fía de Él, y lo compara con la imagen de un árbol frondoso, plantado
junto a la corriente, que no deja de dar fruto. O con el roble en medio del jardín
de la historia que hemos escuchado. En cambio, aquel que busca su seguridad en
el hombre, apartándose de Dios y de su voluntad, será como un cardo del
desierto que no verá el bien; Jeremías lo llama “maldito”. O la hiedra que para
crecer necesita apoyarse en algo fuera de ella misma.
Es
importante caminar la vida con paso lento pero firme y seguro, porque no hay
libertad ni fortaleza si se camina ligero, pero dependiendo de otro.
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