miércoles, 17 de julio de 2024

2024 JULIO MEDITACIÓN EUCARISTICA. 

EL HOMBRE MIOPE

 

Querido Jesús en esta tarde de verano estamos aquí reunidos en torno a tu cuerpo eucarístico. Siempre que lo hacemos sentimos tu energía y tu fuerza especial que nos empuja a ser mejores, a ser sinceros y auténticos. Porque con mucha frecuencia vemos con más facilidad los defectos de los demás que los propios. Y lo mismo sucede en la vida espiritual. Quien más, quien menos, todos tenemos una cierta miopía que nos impide reconocer los propios pecados. El pecado nos nubla la vista, nos impide ver la realidad de nuestra vida tal y como es. El problema es que uno se puede acostumbrar a ello, y esto es muy fácil, de tal forma que al final terminamos construyendo una imagen de nosotros mismo totalmente ficticia, y cuando la realidad se impone, porque acaba imponiéndose, y caemos en la cuenta de que no somos tan perfectos como nos habíamos imaginado el batacazo es monumental. La peor consecuencia de esto es caer en una especie de soberbia espiritual, que me lleva a encerrarme y cerrar las puertas a Dios. Escuchemos esta interesante historia.

El hombre miope: Un hombre que tenía un grave problema de miopía se consideraba un experto en evaluación de arte. Un día visitó un museo con algunos amigos. Se le olvidaron las gafas en su casa y no podía ver los cuadros con claridad, pero eso no lo detuvo a la hora de vociferar sus fuertes críticas.

Tan pronto entraron a la galería, comenzó a criticar las diferentes pinturas. Al detenerse ante lo que pensaba era un retrato de cuerpo entero, empezó a criticarlo. Con aire de superioridad dijo: "El marco es completamente inadecuado para el cuadro. El hombre está vestido en una forma muy ordinaria y andrajosa. En realidad, el artista cometió un error imperdonable al seleccionar un sujeto tan vulgar y sucio para su retrato. Es una falta de respeto".

El hombre siguió su parloteo sin parar hasta que su esposa logró llegar hasta él entre la multitud y lo apartó discretamente para decirle en voz baja: "Querido, ¡¡¡estás mirando un espejo!!!".

Muchas veces nuestras propias faltas, las cuales tardamos en reconocer y admitir, parecen muy grandes cuando las vemos en los demás. Debemos mirarnos en el espejo más a menudo, observar bien para detectarlas, y tener el valor moral de corregirlas; es más fácil negarlas que reconocerlas. Por eso, es necesario dejar a un lado el orgullo, pues sólo con humildad podremos ver nuestros defectos y corregirlos.

Señor Jesús tu quieres que reconozcamos nuestras faltas, y no solo que la reconozcamos, sino que hagamos el esfuerzo por arreglarlas. ¿De qué nos vale criticar a los demás si estamos actuando de la misma forma? Es mejor quedarse callado, porque cuando criticamos nos exaltamos y pensamos que somos mejores que esas personas. Mirémonos en el espejo, no en el material, sino en el de nuestro corazón. Porque el espejo de nuestro corazón nos muestra como somos y cuáles son nuestras faltas. Tal vez no tengamos una falta tan mala como otros, pero para qué criticar o murmurar, si nosotros mismos no somos perfectos.

Hay quienes les gusta gritar mucho, mandar mucho, criticar mucho, hablar un lenguaje que hasta Dios mismo se tiene que apartar de su lado, pero eso no nos da la autoridad de pensar que somos mejores que ellos. Sabe Dios cuáles son tus errores.

Mírate en el espejo, y pídele a Dios que te quite o cambie todos tus defectos. Y cuando Dios lo haga, no te enaltezca, sino, dale la gloria a Él. Mirar nuestra vida en un buen espejo, porque aquí puedo comprobar si mi vida se adecua o no a lo que Dios quiere de mí. Y por eso, cuando reconozco mi pecado digo: ‘por mi culpa’ y no ‘por su culpa’.

Con la conversión se apunta a la medida alta de la vida cristiana, se nos confía al Evangelio vivo y personal, que es Cristo Jesús. Su persona es la meta final y el sentido profundo de la conversión, él es el camino sobre el que estamos llamados a caminar en la vida, dejándonos iluminar por su luz y sostener por su fuerza que mueve nuestros pasos. De esta forma la conversión manifiesta su rostro más espléndido y fascinante: no es una simple decisión moral, que rectificar nuestra conducta de vida, sino que es una decisión de fe, que nos implica enteramente en la comunión íntima con la persona viva y concreta de Jesús. Amén

 

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