2024 JULIO MEDITACIÓN EUCARISTICA.
EL HOMBRE MIOPE
Querido
Jesús en esta tarde de verano estamos aquí reunidos en torno a tu cuerpo eucarístico.
Siempre que lo hacemos sentimos tu energía y tu fuerza especial que nos empuja
a ser mejores, a ser sinceros y auténticos. Porque con mucha frecuencia vemos
con más facilidad los defectos de los demás que los propios. Y lo mismo sucede
en la vida espiritual. Quien más, quien menos, todos tenemos una cierta miopía
que nos impide reconocer los propios pecados. El pecado nos nubla la vista, nos
impide ver la realidad de nuestra vida tal y como es. El problema es que uno se
puede acostumbrar a ello, y esto es muy fácil, de tal forma que al final terminamos
construyendo una imagen de nosotros mismo totalmente ficticia, y cuando la
realidad se impone, porque acaba imponiéndose, y caemos en la cuenta de que no
somos tan perfectos como nos habíamos imaginado el batacazo es monumental. La
peor consecuencia de esto es caer en una especie de soberbia espiritual, que me
lleva a encerrarme y cerrar las puertas a Dios. Escuchemos esta interesante historia.
El
hombre miope:
Un hombre que tenía un grave problema de miopía se consideraba un experto en
evaluación de arte. Un día visitó un museo con algunos amigos. Se le olvidaron
las gafas en su casa y no podía ver los cuadros con claridad, pero eso no lo
detuvo a la hora de vociferar sus fuertes críticas.
Tan
pronto entraron a la galería, comenzó a criticar las diferentes pinturas. Al
detenerse ante lo que pensaba era un retrato de cuerpo entero, empezó a
criticarlo. Con aire de superioridad dijo: "El marco es completamente inadecuado
para el cuadro. El hombre está vestido en una forma muy ordinaria y andrajosa.
En realidad, el artista cometió un error imperdonable al seleccionar un sujeto
tan vulgar y sucio para su retrato. Es una falta de respeto".
El
hombre siguió su parloteo sin parar hasta que su esposa logró llegar hasta él
entre la multitud y lo apartó discretamente para decirle en voz baja:
"Querido, ¡¡¡estás mirando un espejo!!!".
Muchas
veces nuestras propias faltas, las cuales tardamos en reconocer y admitir,
parecen muy grandes cuando las vemos en los demás. Debemos mirarnos en el
espejo más a menudo, observar bien para detectarlas, y tener el valor moral de
corregirlas; es más fácil negarlas que reconocerlas. Por eso, es necesario
dejar a un lado el orgullo, pues sólo con humildad podremos ver nuestros
defectos y corregirlos.
Señor Jesús tu quieres que reconozcamos nuestras faltas, y no solo que
la reconozcamos, sino que hagamos el esfuerzo por arreglarlas. ¿De qué nos vale
criticar a los demás si estamos actuando de la misma forma? Es mejor quedarse
callado, porque cuando criticamos nos exaltamos y pensamos que somos mejores
que esas personas. Mirémonos en el espejo, no en el material, sino en el de
nuestro corazón. Porque el espejo de nuestro corazón nos muestra como somos y
cuáles son nuestras faltas. Tal vez no tengamos una falta tan mala como otros,
pero para qué criticar o murmurar, si nosotros mismos no somos perfectos.
Hay quienes les gusta gritar mucho, mandar mucho, criticar mucho,
hablar un lenguaje que hasta Dios mismo se tiene que apartar de su lado, pero
eso no nos da la autoridad de pensar que somos mejores que ellos. Sabe Dios
cuáles son tus errores.
Mírate en el espejo, y pídele a Dios que te quite o cambie todos tus
defectos. Y cuando Dios lo haga, no te enaltezca, sino, dale la gloria a Él. Mirar
nuestra vida en un buen espejo, porque aquí puedo comprobar si mi vida se
adecua o no a lo que Dios quiere de mí. Y por eso, cuando reconozco mi pecado
digo: ‘por mi culpa’ y no ‘por su culpa’.
Con
la conversión se apunta a la medida alta de la vida cristiana, se nos confía al
Evangelio vivo y personal, que es Cristo Jesús. Su persona es la meta final y
el sentido profundo de la conversión, él es el camino sobre el que estamos
llamados a caminar en la vida, dejándonos iluminar por su luz y sostener por su
fuerza que mueve nuestros pasos. De esta forma la conversión manifiesta su
rostro más espléndido y fascinante: no es una simple decisión moral, que
rectificar nuestra conducta de vida, sino que es una decisión de fe, que nos
implica enteramente en la comunión íntima con la persona viva y concreta de
Jesús. Amén
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