2024
CICLO B TIEMPO ORDINARIO XVII
En el relato del evangelio todo comienza
gracias a que Jesús sube al monte, invitándonos a todos a que ascendamos en
nuestro nivel de ver, comprender y reflexionar sobre la vida, sobre tantas
situaciones y realidades que piden de nosotros una mirada más amplia.
Mucha gente sigue a Jesús, no tanto para
recibir una enseñanza, sino para obtener soluciones a sus problemas. El mensaje
de Jesús parece convencer, pero siempre se buscan soluciones. Muchos dicen
cosas bonitas, pero las cosas bonitas no sanan, ni sacian, ni solucionan
nuestros problemas.
Jesús no vive ajeno a nosotros, a lo que
nos pasa. Este es uno de los rasgos que más caracteriza a Jesús: el drama de
los otros, de cada persona, es siempre el suyo. Pide a sus discípulos que den
de comer a aquella multitud. Los discípulos solo ven, solo vemos, cinco panes y
dos peces ¿qué es esto para tantos? Incluso pretenden quitar el problema
despidiendo a la gente y que se vayan a sus casas.
El mundo llamado desarrollado, las sociedades
del bienestar, seguimos teniendo una gran responsabilidad y deuda con esa parte
de la humanidad privada de los bienes que tantas veces derrochamos. No tenemos
“perdón de Dios”, si no compartimos. Necesitamos alimentarnos para vivir, pan
material y otros bienes; pero también pan espiritual. Todas esas personas son
hombres y mujeres, niños, ancianos… hermanos nuestros, hijos de Dios. Poseen la
misma dignidad de personas, todos por igual. Y la respuesta de Jesús, el
Maestro, no es recurrir a Dios, como habitualmente hacemos nosotros, sino
precisamente a sus seguidores: “dadles vosotros de comer”.
Y cuando somos capaces de compartir lo
que tenemos, aunque sea muy poco, Dios lo multiplica. El verdadero milagro
acontece ahí porque el egoísmo queda vencido. Nadie acapara sus bienes.
Compartir nos hace vivir en esa comunión con los demás y con Dios.
La eucaristía nos obliga a sentirnos y a
realizar la fraternidad de una manera concreta, real. A veces nos preocupa si
el celebrante ha pronunciado las palabras prescritas en el ritual. Hacemos
problema de si hay que comulgar en la boca o en la mano. Y, mientras tanto, no
parece preocuparnos tanto la celebración de una eucaristía que no es signo de
verdadera fraternidad ni impulso para buscarla.
Y, sin embargo, dice el teólogo Luis
González-Carvajal: “Cuando falta la fraternidad, sobra la eucaristía”.
Cuando no hay justicia, cuando no se vive de manera solidaria, cuando no se
trabaja por cambiar las cosas, cuando no se ve esfuerzo por compartir los
problemas de los que sufren, la celebración eucarística queda vacía de sentido.
Con esto no se pretende decir que solo
cuando se viva entre nosotros la fraternidad verdadera podremos celebrar la
eucaristía. La Iglesia es santa y pecadora, podemos seguir celebrándola, pero
con el corazón en la mano y las manos puestas a trabajar para conseguir dicha
fraternidad.
Siguen haciendo falta gestos y milagros
de solidaridad en nuestro mundo ¿Estamos dispuestos a seguir en este empeño?
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