sábado, 27 de julio de 2024


 

2024 CICLO B TIEMPO ORDINARIO XVII

En el relato del evangelio todo comienza gracias a que Jesús sube al monte, invitándonos a todos a que ascendamos en nuestro nivel de ver, comprender y reflexionar sobre la vida, sobre tantas situaciones y realidades que piden de nosotros una mirada más amplia.

Mucha gente sigue a Jesús, no tanto para recibir una enseñanza, sino para obtener soluciones a sus problemas. El mensaje de Jesús parece convencer, pero siempre se buscan soluciones. Muchos dicen cosas bonitas, pero las cosas bonitas no sanan, ni sacian, ni solucionan nuestros problemas.

Jesús no vive ajeno a nosotros, a lo que nos pasa. Este es uno de los rasgos que más caracteriza a Jesús: el drama de los otros, de cada persona, es siempre el suyo. Pide a sus discípulos que den de comer a aquella multitud. Los discípulos solo ven, solo vemos, cinco panes y dos peces ¿qué es esto para tantos? Incluso pretenden quitar el problema despidiendo a la gente y que se vayan a sus casas.

El mundo llamado desarrollado, las sociedades del bienestar, seguimos teniendo una gran responsabilidad y deuda con esa parte de la humanidad privada de los bienes que tantas veces derrochamos. No tenemos “perdón de Dios”, si no compartimos. Necesitamos alimentarnos para vivir, pan material y otros bienes; pero también pan espiritual. Todas esas personas son hombres y mujeres, niños, ancianos… hermanos nuestros, hijos de Dios. Poseen la misma dignidad de personas, todos por igual. Y la respuesta de Jesús, el Maestro, no es recurrir a Dios, como habitualmente hacemos nosotros, sino precisamente a sus seguidores: “dadles vosotros de comer”.

Y cuando somos capaces de compartir lo que tenemos, aunque sea muy poco, Dios lo multiplica. El verdadero milagro acontece ahí porque el egoísmo queda vencido. Nadie acapara sus bienes. Compartir nos hace vivir en esa comunión con los demás y con Dios.

La eucaristía nos obliga a sentirnos y a realizar la fraternidad de una manera concreta, real. A veces nos preocupa si el celebrante ha pronunciado las palabras prescritas en el ritual. Hacemos problema de si hay que comulgar en la boca o en la mano. Y, mientras tanto, no parece preocuparnos tanto la celebración de una eucaristía que no es signo de verdadera fraternidad ni impulso para buscarla.

Y, sin embargo, dice el teólogo Luis González-Carvajal: “Cuando falta la fraternidad, sobra la eucaristía”. Cuando no hay justicia, cuando no se vive de manera solidaria, cuando no se trabaja por cambiar las cosas, cuando no se ve esfuerzo por compartir los problemas de los que sufren, la celebración eucarística queda vacía de sentido.

Con esto no se pretende decir que solo cuando se viva entre nosotros la fraternidad verdadera podremos celebrar la eucaristía. La Iglesia es santa y pecadora, podemos seguir celebrándola, pero con el corazón en la mano y las manos puestas a trabajar para conseguir dicha fraternidad.

Siguen haciendo falta gestos y milagros de solidaridad en nuestro mundo ¿Estamos dispuestos a seguir en este empeño?

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