2023
AÑO A DOMINGO DE RAMOS
Domingo de Ramos, domingo de pasión. Hemos palpado el
corto camino entre el hosanna y
crucifícalo. El destino del profeta es la incomprensión, el rechazo y, en
muchos casos, la muerte. Probablemente, Jesús contó desde muy pronto con la
posibilidad de un final violento.
Jesús no fue
un suicida ni buscaba el martirio. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para nadie, no era un
masoquista. Dedicó su vida a combatirlo en
la enfermedad, las injusticias, la marginación o la desesperanza. Vivió
entregado a “buscar el reino de Dios y su justicia”. Si acepta martirio es por fidelidad a ese proyecto de Dios que no
quiere ver sufrir a sus hijos e hijas. Por eso, no corre hacia la muerte, pero tampoco se echa atrás. No huye ante
las amenazas, tampoco modifica ni suaviza su mensaje. Nada lo detuvo.
En el amor de
ese crucificado está Dios mismo. En este Dios se puede creer o no creer,
pero no es posible burlarse de él. En él confiamos y nada lo detendrá en su empeño de salvar a sus hijos.
La pasión de Cristo no es sólo una página del pasado.
Es también una página del presente. La pasión de Cristo no ha terminado.
Cristo sigue hoy sufriendo en el hombre hermano al que Jesús se identificó. Hoy sigue Cristo sufriendo la pasión: Cuando
no sabemos acompañar a nuestros hermanos que sufren, angustiados y se sienten
solos; o cuando vendemos nuestra vida por treinta monedas; cuando hacemos
negocios poco limpios y claudicamos de los valores más sagrados: familia,
amigos, honradez, sinceridad. Cuando creemos que la violencia soluciona los problemas;
cuando dejamos que cualquier violencia se apodere de nuestro corazón.
Jesús no ha
muerto de muerte natural. A Jesús lo han matado violentamente. No ha muerto
tampoco víctima de un accidente casual, sino ajusticiado, después de un proceso solemne, pero somero y
rapidísimo, llevado a cabo por las fuerzas religiosas y civiles.
No se puede construir el reino de Dios que es reino de fraternidad, libertad y justicia,
sin provocar el rechazo y la persecución
de aquéllos a los que no interesa cambio alguno. Jesús se comprometió a vivir
el amor al hombre hasta el final. Y precisamente por eso, vio comprometida su
vida.
Esto quiere decir que los seguidores de Jesús estamos llamados a poner verdad donde hay mentira,
a introducir justicia donde hay abusos y crueldad con los más débiles, a
reclamar compasión donde hay indiferencia ante los que sufren. Y esto exige construir comunidades donde se viva con el
proyecto de Jesús, con su espíritu y sus actitudes.
Los evangelios han conservado una llamada realista de Jesús a sus seguidores.
Si alguno quiere venir detrás de mí cargue
con su cruz y sígame. Jesús no
engaña. Si le seguimos de verdad, tendremos que compartir su destino. Seguir a Jesús es una tarea apasionante: es difícil imaginar una vida
más digna y noble. Pero tiene un precio.
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