2023 VIERNES SANTO
La muerte de Jesús en
la cruz muestra una crudeza y crueldad profundas. Jesús muere como un criminal,
él que sólo había hecho el bien. Su muerte en cruz entra dentro de su dinamismo
vital: una vida entregada a los demás.
La imagen de Jesús
muerto y suspendido en la cruz quedó grabada en la memoria de los creyentes; y
lo primero que sale decir es: “¡No me lo puedo creer!”. Y sin embargo nuestra fe
reclama que digamos: “Esto es lo que hay que creer. A Este crucificado es al
que hay que creer. Éste es verdaderamente el Hijo de Dios. Aquí está la
salvación del mundo”.
Levantar los ojos hacia
él no es sólo un acto físico. Es, sobre todo, un acto de fe. Todo lleva a creer
que “esto no puede ser”. Pero la verdadera fe afirma “Dios es así”, “Dios está
en El”. ¿Dónde reside la dificultad de ver a Dios en la cruz? Para muchos
parece imposible que un condenado a muerte pueda ser Dios. Demasiado fuerte. Pero
otros vemos amor, todo el amor que Dios nos tiene. Donde unos no ven nada más
que fracaso, otros vemos el triunfo del amor.
Acompañemos a Jesús en
ese silencio que nace del corazón, de lo más íntimo de la persona. Entremos
dentro de nosotros y allí, nuestro silencio es respiración del alma, que nos
permite conectar con nosotros mismos, con lo más íntimo de nuestro ser. Allí nos
encontraremos con nuestros cansancios y miedos, nuestros sueños, nuestras
asignaturas pendientes, nuestros anhelos más profundos.
Viernes santo nos habla
de nuestra fragilidad, pero también nuestra sed de vida auténtica, porque
viernes santo es la expresión máxima del amor de Jesús. Es necesario morir por
amor para poder resucitar, para poder florecer y germinar. Y para eso es
imprescindible que hagamos silencio, apaguemos otras voces, démonos tiempo para
orar y meditar, para entrar en lo profundo de nuestro cuarto interior. Este
silencio del viernes Santo no es un silencio estéril, de cementerio, fruto del
miedo; es un silencio fecundo, lleno de vida, para amar, creer y esperar.
El gran misterio de
nuestra salvación a través de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Ese derramar
por nosotros su sangre en la cruz, es lo que hace posible que estalle lleno de
vida en la mañana de la Resurrección. Viernes santo nos confirma que hay
asuntos que quedan totalmente en las manos de Dios: Jesús condenado y
crucificado por la cobardía de muchos; personas condenadas injustamente que no
pueden mostrar su inocencia por más que chillen o pataleen; mujeres, niños y
ancianos que viven las guerras. Jesús se entregó a la muerte, pero confiaba con
toda su alma, que la última palabra sobre su vida y sobre la Historia del Mundo
la tenía el Padre.
Guardemos silencio y
esperar acompañando a María, la mujer silenciosa, en la Gran Espera. Porque la
esperanza es la gran virtud de los pobres, los que nada tienen, los que han
sido despojados de dignidad, de comida, de salud, de amor… Confían en el poder
del Amor del Padre, que escuchará finalmente sus plegarias. Lo cual no es
pasividad, sino espera activa, confiada, fecunda.
Viernes santo un
silencio esperanzado.
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