2023 AÑO A TIEMPO DE PASCUA II
Segundo domingo de
Pascua, domingo de la misericordia, la buena noticia sigue presente. Él vive y
no está en el sepulcro. El Resucitado es el mismo que el Crucificado (sus
llagas lo muestran) y que sigue teniendo con ellos y con todos, las mismas
actitudes de entrega amorosa que lo llevaron a la cruz. Y Jesús se presenta en
aquella casa donde se respiraba un aire de miedo. El aire se podía cortar. No
recrimina nada, por qué lo abandonaron, sino que les muestra su gran misericordia
y su amor. Domingo de la misericordia.
Jesús se puso en medio
de ellos. El no desiste de nosotros, si tardamos en abrirle, ocho días después
sigue allí. Les dijo Shalom, saludo bíblico que significa mucho más que la paz
como simple fin de la violencia, indica la fuerza de los mansos, la luz de los
puros de corazón dentro de la niebla de las artimañas, la serenidad de los
justos ante la injusticia, la perseverancia de los honrados en medio de la
deshonestidad.
Respiró y dijo: recibid
el Espíritu Santo. Sobre aquel puñado de criaturas, cerradas y asustadas,
desciende el viento de los orígenes, el viento que sacudirá las puertas
cerradas del cenáculo: con la fuerza de su Espíritu, les envía al mundo entero
a anunciar la buena nueva.
Pero siempre hay objeciones
"Si no veo y no toco, no creeré". Pobre Tomás, quiere garantías, y
tiene razón, porque si Jesús está vivo, toda su vida dará un vuelco. Jesús se
acerca de nuevo y a Tomás le dice: mira, pon, toca. Tomás comprende por esos
agujeros la razón por la que Cristo ha resucitado: por su gran amor de las
heridas, de las que ya no brota sangre sino luz. Al final, Tomás pasa de la
incredulidad al éxtasis: "Señor mío y Dios mío". Ese "mío"
lo cambia todo, no indica posesión celosa, sino pertenencia. Señor mío, que me
haces vivir, que eres lo mejor de mí.
Bienaventurados los que
sin haber visto creerán. Bienaventuranza reconfortante que sentimos nuestra.
Jesús nos dice bienaventurados los que luchan, los que buscan tímidamente, los
que aún no ven y sin embargo caminan adelante, “somos peregrinos sin camino, pero tenaces en el camino” (s. Juan de
la Cruz). La fe es el riesgo de ser bienaventurados, es decir, felices.
La resurrección nos
invita a vivir una vida en mayúscula, una vida ciertamente no más fácil, pero
sí más plena y apasionante. Herida a veces, pero luminosa e incluso sanadora. Jesús,
crucificado y resucitado, no es un ausente ni un impotente, lejano y distante.
Resucita para continuar su presencia y su acción liberadora, pero ahora en la
plena potencia de su existencia glorificada.
La fe es una relación,
no una ideología. La ideología se queda en coleccionar ideas, la relación
interpersonal involucra, cambia, transforma la vida y su curso posterior. Tomás
no dice teóricamente que Jesús es Dios y Señor, sino que lo confiesa: “Señor
“mío” y Dios “mío”. Es un nuevo Tomás el que está naciendo ahora, con una nueva
comprensión de su identidad, su proyecto vital, su tarea, su futuro,
inconcebibles sin el protagonismo de Jesús resucitado en su existencia.
Unción de enfermos y
ancianos, pedir la fuerza del resucitado a Dios Padre de la vida.
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