sábado, 15 de abril de 2023

2023 AÑO A TIEMPO DE PASCUA II

 

Segundo domingo de Pascua, domingo de la misericordia, la buena noticia sigue presente. Él vive y no está en el sepulcro. El Resucitado es el mismo que el Crucificado (sus llagas lo muestran) y que sigue teniendo con ellos y con todos, las mismas actitudes de entrega amorosa que lo llevaron a la cruz. Y Jesús se presenta en aquella casa donde se respiraba un aire de miedo. El aire se podía cortar. No recrimina nada, por qué lo abandonaron, sino que les muestra su gran misericordia y su amor. Domingo de la misericordia.

Jesús se puso en medio de ellos. El no desiste de nosotros, si tardamos en abrirle, ocho días después sigue allí. Les dijo Shalom, saludo bíblico que significa mucho más que la paz como simple fin de la violencia, indica la fuerza de los mansos, la luz de los puros de corazón dentro de la niebla de las artimañas, la serenidad de los justos ante la injusticia, la perseverancia de los honrados en medio de la deshonestidad.

Respiró y dijo: recibid el Espíritu Santo. Sobre aquel puñado de criaturas, cerradas y asustadas, desciende el viento de los orígenes, el viento que sacudirá las puertas cerradas del cenáculo: con la fuerza de su Espíritu, les envía al mundo entero a anunciar la buena nueva.  

Pero siempre hay objeciones "Si no veo y no toco, no creeré". Pobre Tomás, quiere garantías, y tiene razón, porque si Jesús está vivo, toda su vida dará un vuelco. Jesús se acerca de nuevo y a Tomás le dice: mira, pon, toca. Tomás comprende por esos agujeros la razón por la que Cristo ha resucitado: por su gran amor de las heridas, de las que ya no brota sangre sino luz. Al final, Tomás pasa de la incredulidad al éxtasis: "Señor mío y Dios mío". Ese "mío" lo cambia todo, no indica posesión celosa, sino pertenencia. Señor mío, que me haces vivir, que eres lo mejor de mí.

Bienaventurados los que sin haber visto creerán. Bienaventuranza reconfortante que sentimos nuestra. Jesús nos dice bienaventurados los que luchan, los que buscan tímidamente, los que aún no ven y sin embargo caminan adelante, “somos peregrinos sin camino, pero tenaces en el camino” (s. Juan de la Cruz). La fe es el riesgo de ser bienaventurados, es decir, felices.

La resurrección nos invita a vivir una vida en mayúscula, una vida ciertamente no más fácil, pero sí más plena y apasionante. Herida a veces, pero luminosa e incluso sanadora. Jesús, crucificado y resucitado, no es un ausente ni un impotente, lejano y distante. Resucita para continuar su presencia y su acción liberadora, pero ahora en la plena potencia de su existencia glorificada.

La fe es una relación, no una ideología. La ideología se queda en coleccionar ideas, la relación interpersonal involucra, cambia, transforma la vida y su curso posterior. Tomás no dice teóricamente que Jesús es Dios y Señor, sino que lo confiesa: “Señor “mío” y Dios “mío”. Es un nuevo Tomás el que está naciendo ahora, con una nueva comprensión de su identidad, su proyecto vital, su tarea, su futuro, inconcebibles sin el protagonismo de Jesús resucitado en su existencia.

Unción de enfermos y ancianos, pedir la fuerza del resucitado a Dios Padre de la vida.

 

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