¡ABRÉME LOS OJOS, SEÑOR!
Señor; también yo, en el amanecer de esta
jornada
con el alma tomada por la penumbra, pero con
el corazón inquieto,
me he acercado hasta el lugar donde se
encontraba tu cuerpo
desfigurado por los sucesos de estos últimos
días.
Más, cual ha sido mi sorpresa, Señor,
cuando al cruzarme con María Magdalena, con
Simón Pedro y con Juan
me han dicho que, no tenga prisa, que tu losa
no está centrada…
que la piedra de tu sepulcro se encuentra
movida
y que abra los ojos para la gran sorpresa que
me espera
¡ABREME
LOS OJOS, SEÑOR!
Pues quiero verte para nunca más perderte.
Porque, después de correr hasta tu sudario,
necesito certezas para comprender
y gritar al mundo que ¡creo! ¡creo! ¡y mil
veces creo!
Que has vuelto para devolvernos vida
abundantemente
Que, a partir de hoy, la asignatura pendiente
de la muerte
ha sido resuelta y superada por el Maestro que
más enseñó
con palabras de amor, con gestos de humildad,
con milagros y promesas felizmente cumplidas.
Quiero, sin temor ni temblor,
y aunque algunos me digan lo contrario
asomarme y ver el vacío que tu triunfo, sobre
la muerte ha dejado.
Quiero, con la emoción de los discípulos
y de la mano de Santa María Virgen
comprender y creer que, era cierto,
¡Has resucitado! ¡Lo has hecho por nosotros!
¡ABREME LOS OJOS, SEÑOR PARA VERTE Y NUNCA
PERDERTE!
No hay comentarios:
Publicar un comentario