2023 AÑO A TIEMPO PASCUAL III
Todo lo acontecido en
la Pasión y en la Cruz, ha desbordado el corazón de Cleofás y del otro
discípulo, así como ha desbordado el corazón de los Once. Los
discípulos-peregrinos de Emaús necesitan hacer dos caminos: uno geográfico: van
de Jerusalén a Emaús; y otro interior: haciendo memoria de lo vivido en el
corazón.
Volver a Emaús
significa tomar la decisión de dejar el camino de seguimiento de Jesús, la vida
discipular y el anuncio del Reino. Sería como un volver atrás, un volver a lo
conocido antes del encuentro con Aquel que revelaba el amor incondicional del
Padre.
Jesús se acercó y
caminó con ellos. Dios siempre se acerca, caminante de siglos y días, y mueve
toda la historia. Camina con nosotros, no para corregirnos el paso ni dictarnos
el ritmo, sino que se acomoda a nuestro ritmo. Nada es obligatorio. A Él le
basta el ritmo del momento. Jesús llega hasta los dos caminantes, los mira, los
ve tristes, frena: ¿qué es esta charla? Y ellos le cuentan su historia: una
ilusión naufragada en la colina del calvario.
Un corazón herido, unas
expectativas defraudadas, y un “semblante triste”. Ellos le siguieron, le amaron:
esperábamos que fuera él. Por eso no pueden reconocerlo a aquel, la ceguera de
la desilusión. Llegados a Emaús, Jesús muestra que quiere "ir más
lejos". Entonces nacen las palabras que se han convertido en una de
nuestras oraciones más hermosas: Quédate con nosotros, que anochece. Tienen
hambre de palabra, de compañía, de hogar. Le invitan a quedarse en la casa. Dios
no se queda en todas partes, se queda en la casa donde le dejas entrar. Él se
queda.
La historia se reúne
ahora en torno a la fragancia del pan y la mesa, hecha para reunir a tantos en
torno a ella, para estar rodeada por todos lados de comensales, para unirlos:
las miradas se buscan, se cruzan, se funden, se alimentan mutuamente.
Lo reconocieron al
partir el pan. Lo reconocieron no porque fuera un gesto exclusivo e
inconfundible de Jesús, todo padre partía el pan para sus hijos. Pero tres días
antes, el jueves por la tarde, Jesús había hecho algo inaudito, se había dado a
sí mismo un cuerpo de pan: tomad y comed, esto es mi cuerpo. Lo reconocieron
porque partir y entregar contiene el secreto del Evangelio: Dios es pan que se
entrega al hambre del hombre. Se entrega, alimenta y desaparece: ¡toma, es para
ti! El gran milagro: no somos nosotros los que existimos para Dios, es Dios
quien vive para nosotros.
Como los peregrinos de
Emaús, nos sentamos a la mesa para la fracción del pan, pero no para instalarnos
en ella. El pan partido y compartido nos invita a reconocer a Jesús y a
ponernos en camino para compartir la alegría del encuentro. Y entonces lo
reconocieron y descubrieron por qué les ardía el corazón cuando Jesús les
explicaba las escrituras por el camino. Jesús está siempre dispuesto a caminar
con nosotros, a interpretarnos las Escrituras y a partir el pan. Inmediatamente
volvieron a Jerusalén. La experiencia del resucitado nos quema y no se puede
contener dentro de nuestros pequeños corazones, hay que contarlo, comunicarlo.
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