2024
CICLO B SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
El día 1º de noviembre celebramos con la Iglesia universal la festividad de Todos los Santos. Es una fiesta litúrgica muy antigua. Desde mediados del siglo IV. Para los creyentes es una fiesta familiar. Recordamos y honramos a cuantos hermanos y hermanas nuestros han llegado ya a la Casa del Padre, han sido recibidos por Dios con amor y misericordia infinitos, y viven ya para siempre con Él. No les celebramos como difuntos, sino como vivos en el Señor.
Festejamos la trayectoria de sus vidas
que siguieron a Jesús mientras estuvieron en la tierra. Disfrutaron todo lo
bueno que Dios ha creado para nosotros, soportaron con paciencia las
adversidades de la vida diaria, no decayeron en su deseo responder más plenamente
cada día al amor de Dios, que nos invita a ser santos como Él lo es.
Se cuenta que cuando murió Santa
Teresita del Niño Jesús o de Lisieux, su superiora estaba preocupada porque no
encontraba ningún elemento extraordinario y llamativo de su vida. Y es que la santidad
de esta mujer era pequeña, doméstica, asequible. La santidad no
es algo reservado a unos pocos héroes y nobles. Se trata más bien de la
respuesta generosa a la llamada a la santidad que Dios, en su amor, nos hace a
todos para que vivamos compartiéndolo.
Juan lo dice claro en el Apocalipsis: Vi
una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las
naciones, familias, pueblos y lenguas que exclamaban: ¡La salvación viene de Dios!
Todos los santos son diferentes entre
sí. Cada uno ha recibido una gracia, cada uno ha respondido a su manera. Pero
tienen un rasgo en común: se han sentido radicalmente amados por Dios y se han
entregado con amor a los hermanos más débiles y necesitados.
Esta llamada del Padre a ser perfectos
como Él, es una convocatoria a vivir el amor en las familias, en las amistades
y en las sociedades, superando las tentaciones individualistas e indiferentes
de la cultura actual.
La vida de los santos es una vida en el
amor que es paciente, benigno, no envidioso, no presumido ni engreído, no
indecoroso ni egoísta, no irritado, no lleva cuentas del mal, no se alegra de
la injusticia, sino que goza con la verdad.
Ser llamados a la santidad no es ser
llamados a lo extraordinario y llamativo, sino a vivir lo ordinario con nobleza
de espíritu y buena voluntad. Con amor.
Esto no excluye los fracasos. Algunos de
los grandes santos conocidos fueron también, antes de su conversión, notables
pecadores. Pero en su fragilidad no dejaron de creer y de esperar en la misericordiosa
comprensión de quien nos amó primero.
Culminado su destino, los santos son
intercesores ante Dios por nosotros, los que aún seguimos en el mundo, y con su
ejemplo nos estimulan para nuestra propia aventura.