MEDITACIÓN
EUCARISTICA.
El
rey buscaba un heredero
Que
bueno es estar aquí, junto a ti Jesús sacramentado. En este tiempo de cuaresma,
tiempo de conversión y renovación, venimos a pedirte que nos enseñes el camino
de una autentica conversión real y duradera. Tantas veces nuestros propósitos se
quedan en solo propósitos. Enséñanos a amarte a ti y a los hermanos con toda
verdad y sobre todo con ternura y cariño. Es la única manera de heredar tu
Reino, la Vida plena y feliz. Escuchemos
El
rey buscaba un heredero: Érase una vez un rey que vivía bien su fe cristiana
y que no tenía hijos. Por ello, envió a sus heraldos a colocar un anuncio en
todos los pueblos diciendo que cualquier joven que reuniera los requisitos para
aspirar a ser el sucesor al trono, debería entrevistarse con el Rey. Pero debía
cumplir dos requisitos: Amar a Dios y a su prójimo.
En
una aldea lejana, un joven huérfano leyó el anuncio real. Su abuelo, que lo
conocía bien, no dudó en animarlo a presentarse, pues sabía que cumplía los
requisitos, pues amaba a Dios y a todos en la aldea. Pero era tan pobre que no
contaba ni con vestimentas dignas, ni con el dinero para las provisiones de tan
largo viaje.
Su
abuelo lo animó a trabajar y el joven así lo hizo. Ahorró al máximo sus gastos
y cuando tuvo una cantidad suficiente, vendió todas sus escasas pertenencias,
compró ropas finas, algunas joyas y emprendió el viaje. Al final del viaje,
casi sin dinero, se le acercó un pobre limosnero. Tiritando de frío, vestido de
harapos, imploraba:
-
Estoy hambriento y tengo frío, por favor ayúdeme...
El
joven, conmovido, de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y abrigadas y se
puso los harapos del limosnero. Sin pensarlo dos veces le dio también parte de
las provisiones que llevaba.
Cruzando
los umbrales de la ciudad, una mujer con dos niños tan sucios como ella, le
suplicó:
-
¡Mis niños tienen hambre y yo no tengo trabajo! Sin pensarlo dos veces, le dio
su anillo y su cadena de oro, junto con el resto de las provisiones.
Entonces,
en forma titubeante, llegó al castillo vestido con harapos y sin de provisiones
para el regreso. Un asistente del Rey lo llevó a un grande y lujoso salón donde
estaba el rey. Cuál no sería su sorpresa cuando alzó los ojos y se encontró con
los del Rey. Atónito dijo:
-
¡Usted... usted! ¡Usted es el pordiosero que estaba a la vera del camino!
En
ese instante entró una criada y dos niños trayéndole agua, para que se lavara y
saciara su sed. Su sorpresa fue también mayúscula:
-
¡Ustedes también! ¡Ustedes estaban en la puerta de la ciudad!
El
Soberano sonriendo dijo: Sí, yo era ese pobre, y mi criada y sus niños también
estuvieron allí.
-
El joven tartamudeó: Pero... ¡usted es el Rey! ¿Por qué me hizo eso?
-
El monarca contestó: Porque necesitaba descubrir si tus intenciones eran
auténticas frente a tu amor a Dios y a tu prójimo. Sabía que, si me acercaba a
ti como Rey, podrías fingir y no sabría realmente lo que hay en tu corazón.
Como pordiosero, no sólo descubrí que de verdad amas a Dios y a tu prójimo,
sino que eres el único en haber pasado la prueba. ¡Tú serás mi heredero! sentenció
Que
hermoso lo que le sucedió a este joven, sin embargo, no hizo nada
extraordinario simplemente actuó según su corazón y eso, precisamente, es lo que
el Rey valoró y le nombró su heredero.
Este
relato nos debe hacer pensar si sabemos dar también con generosidad. El Papa en
esta cuaresma nos invita a “descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que
también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos”.
Esta
invitación no es nueva, ya Jesús en su vida y en sus gestos nos enseña a darnos
generosamente como él se dio. Incluso dio su vida por cada uno de nosotros y por
toda la humanidad. Ahora él espera que
hagamos lo mismo con los demás.
Esta
es nuestra verdadera conversión amar más a Dios y amar más a los hermanos,
incluso a los enemigos, pedir por ellos y no desearles ningún mal. Que salgamos
renovados y rejuvenecidos en este tiempo cuaresmal y podamos llegar a una vida plena,
llena de color y de felicidad. Ojalá lleguemos a la Pascua florida, la que no
acaba nunca y perdura hasta la eternidad. Amén
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