miércoles, 26 de marzo de 2025

MEDITACIÓN EUCARISTICA.

El rey buscaba un heredero

Que bueno es estar aquí, junto a ti Jesús sacramentado. En este tiempo de cuaresma, tiempo de conversión y renovación, venimos a pedirte que nos enseñes el camino de una autentica conversión real y duradera. Tantas veces nuestros propósitos se quedan en solo propósitos. Enséñanos a amarte a ti y a los hermanos con toda verdad y sobre todo con ternura y cariño. Es la única manera de heredar tu Reino, la Vida plena y feliz. Escuchemos

El rey buscaba un heredero: Érase una vez un rey que vivía bien su fe cristiana y que no tenía hijos. Por ello, envió a sus heraldos a colocar un anuncio en todos los pueblos diciendo que cualquier joven que reuniera los requisitos para aspirar a ser el sucesor al trono, debería entrevistarse con el Rey. Pero debía cumplir dos requisitos: Amar a Dios y a su prójimo.

En una aldea lejana, un joven huérfano leyó el anuncio real. Su abuelo, que lo conocía bien, no dudó en animarlo a presentarse, pues sabía que cumplía los requisitos, pues amaba a Dios y a todos en la aldea. Pero era tan pobre que no contaba ni con vestimentas dignas, ni con el dinero para las provisiones de tan largo viaje.

Su abuelo lo animó a trabajar y el joven así lo hizo. Ahorró al máximo sus gastos y cuando tuvo una cantidad suficiente, vendió todas sus escasas pertenencias, compró ropas finas, algunas joyas y emprendió el viaje. Al final del viaje, casi sin dinero, se le acercó un pobre limosnero. Tiritando de frío, vestido de harapos, imploraba:

- Estoy hambriento y tengo frío, por favor ayúdeme...

El joven, conmovido, de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y abrigadas y se puso los harapos del limosnero. Sin pensarlo dos veces le dio también parte de las provisiones que llevaba.

Cruzando los umbrales de la ciudad, una mujer con dos niños tan sucios como ella, le suplicó:

- ¡Mis niños tienen hambre y yo no tengo trabajo! Sin pensarlo dos veces, le dio su anillo y su cadena de oro, junto con el resto de las provisiones.

Entonces, en forma titubeante, llegó al castillo vestido con harapos y sin de provisiones para el regreso. Un asistente del Rey lo llevó a un grande y lujoso salón donde estaba el rey. Cuál no sería su sorpresa cuando alzó los ojos y se encontró con los del Rey. Atónito dijo:

- ¡Usted... usted! ¡Usted es el pordiosero que estaba a la vera del camino!

En ese instante entró una criada y dos niños trayéndole agua, para que se lavara y saciara su sed. Su sorpresa fue también mayúscula:

- ¡Ustedes también! ¡Ustedes estaban en la puerta de la ciudad!

El Soberano sonriendo dijo: Sí, yo era ese pobre, y mi criada y sus niños también estuvieron allí.

- El joven tartamudeó: Pero... ¡usted es el Rey! ¿Por qué me hizo eso?

- El monarca contestó: Porque necesitaba descubrir si tus intenciones eran auténticas frente a tu amor a Dios y a tu prójimo. Sabía que, si me acercaba a ti como Rey, podrías fingir y no sabría realmente lo que hay en tu corazón. Como pordiosero, no sólo descubrí que de verdad amas a Dios y a tu prójimo, sino que eres el único en haber pasado la prueba. ¡Tú serás mi heredero! sentenció Que hermoso lo que le sucedió a este joven, sin embargo, no hizo nada extraordinario simplemente actuó según su corazón y eso, precisamente, es lo que el Rey valoró y le nombró su heredero.

Este relato nos debe hacer pensar si sabemos dar también con generosidad. El Papa en esta cuaresma nos invita a “descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos”.

Esta invitación no es nueva, ya Jesús en su vida y en sus gestos nos enseña a darnos generosamente como él se dio. Incluso dio su vida por cada uno de nosotros y por toda la humanidad.  Ahora él espera que hagamos lo mismo con los demás.

Esta es nuestra verdadera conversión amar más a Dios y amar más a los hermanos, incluso a los enemigos, pedir por ellos y no desearles ningún mal. Que salgamos renovados y rejuvenecidos en este tiempo cuaresmal y podamos llegar a una vida plena, llena de color y de felicidad. Ojalá lleguemos a la Pascua florida, la que no acaba nunca y perdura hasta la eternidad. Amén

 

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