No
es la primera vez que vienes y que la higuera muestra sus hojas arrogantes: verdes,
grandes, ásperas, pero sin fruto, engañándote.
Sabes
que ocupa terreno fértil, que sudaste y te deslomaste cuidándola para que diera
los higos mejores, inútilmente.
Y
aunque tienes ganas de cortarla tu corazón hortelano se resiste.
Le cavarás la tierra, le echarás abono nuevamente…
Hablo
robándote las palabras que me dijiste al encontrarme e invitarme a tu causa y buena
nueva urgentemente.
Déjala
un poco más.
Déjanos un poco más.
Déjame un poco más, Señor, y cuídame.
Amén.
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