2025
CICLO C
TIEMPO
DE CUARESMA IV
La segunda carta a los Corintios nos
recuerda que la fe en Cristo lleva consigo una actitud abierta a lo nuevo. Dios
se va revelando a través de la Historia en los acontecimientos nuevos de cada
día.
La parábola del hijo pródigo viene a ser
un reflejo de esa novedad que ya ha comenzado. Descubrirnos en esta parábola la
tragedia de un padre que, a pesar de su amor increíble por sus hijos, no logra
construir una familia unida. Vamos a acercarnos al texto a través de sus personajes:
- El hijo menor aparece como exigente,
interesado, derrochador, juerguista. En sus correrías pasa de ser hijo a
porquero, al pasar hambre se da cuenta de su propia degradación e indignidad,
es el punto de inflexión para volver a su casa.
- El hijo mayor es obediente, trabajador
pero servil, no valora todo lo que tiene ante sí. La vuelta del hermano y la
reacción del padre le indignan; una cierta envidia le corroe, nunca ha
celebrado ninguna fiesta con sus amigos; se diría que se ha cansado de ser
sumiso a pesar de que el padre trata de persuadirle para que entre en la fiesta
y ocupe el lugar de hijo y de hermano que le corresponde. En realidad, los dos
hijos hacen sus cálculos interesados con un criterio de reparto distributivo.
- El padre manifiesta en todo momento su
bondad, su compasión y su perdón. Permanece siempre alerta esperando el regreso
del hijo y sale al encuentro de cualquier hijo extraviado o equivocado. Lo
abraza fuertemente, le besa, se le conmueven las entrañas por su hijo, un gesto
íntimo, profundo, de compasión y de alegría. Su palabra de autoridad le
devuelve su filiación: traje, anillo, sandalias y banquete como símbolo de
comunión. No hay tiempo que perder. La queja del hijo mayor se disuelve ante la
alegría del reencuentro. “Hijo, si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es
tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a
vivir, se había perdido y lo hemos encontrado”. El padre se sitúa en otro nivel
de bondad, de perdón, de gozo.
- Esta parábola es también nuestra
historia. Cada uno de nosotros somos eses hijos menor o mayor. Hemos experimentado
el dolor de las equivocaciones, las incoherencias, las falsedades, las
conductas mezquinas que provocan dolor y sufrimiento en nuestro mundo.
Jesús nos muestra que el corazón del
Padre está inquieto y preocupado por encontrarnos. Son falsas las imágenes de
un Dios autoritario, distante y legalista. Jesús nos invita a contemplarlo en
aquel padre que sale corriendo a nuestro encuentro por propia iniciativa,
desconcertante e inimaginable; con su abrazo estrecha todos nuestros errores,
acoge nuestras heridas, envolviéndonos en una mirada que lo perdona y lo olvida
todo. P
Ahora podemos comprender que la extraña
conducta de Jesús de acoger a los alejados y perdidos era fiel reflejo de lo
que él veía hacer al Padre tratando de convencernos de hasta qué punto nos
quiere Dios y debemos amarnos nosotros.
Sin duda, en cada uno de nosotros
conviven esas tres actitudes. ¿Cuál de ellas alimento?
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