sábado, 3 de diciembre de 2022


 

2022 AÑO A TIEMPO DE ADVIENTO II

 En este segundo domingo de Adviento, dos personajes importantes nos salen al encuentro en la liturgia.  De un lado Isaías y de otro Juan el Bautista. Cada uno nos ofrece un mensaje diferente pero complementario. En el primero descubrimos una llamada a la esperanza, en el segundo una invitación a la conversión. 

Una mirada a nuestro mundo, que sufre, nos hace pensar que más que nunca necesitamos abrir nuestro corazón a la esperanza. Necesitamos escuchar que llegará un día en que no habrá más guerra entre los habitantes de la tierra y que brillará el entendimiento entre las naciones. Que los signos de vida serán más fuertes que los signos de muerte y desolación. Que no existirán la revancha, que brotará el diálogo y la comprensión. Que nadie pasará hambre, sed o carecerá de recursos para vivir con dignidad. Que todos tendrán trabajo. Que nadie tendrá que salir de su tierra para buscar una vida digna. Que reconoceremos a todos los seres humanos como hermanos. Que todos tendremos acceso a la educación, al trabajo, a la sanidad y a la vivienda. Que volveremos a respirar aire puro y la lluvia volverá a regar la tierra para que siga brotando hierba verde en el campo y germinen a su tiempo las cosechas, que los ríos y los mares estarán llenos de vida.

El otro personaje de este domingo es Juan el Bautista que nos habla de conversión. También Jesús comenzó a predicar el mismo anuncio: convertíos, porque el reino de los cielos está cerca. El reino de los cielos que es un mundo nuevo entretejido de relaciones buenas y felices. Sentimos su proximidad: es posible, ha comenzado. En ese sueño se nos pide que nos atrevamos a vivir, y eso es la conversión.

Convertirse, es decir, atreverse con la vida, ponerse en marcha, para la hermosura de la vida, dejarnos seducir. Lo que convierte el frío en calor no es una orden de arriba, sino la proximidad del fuego; lo que quita las sombras del corazón no es una obligación o una prohibición, sino una lámpara encendida, un rayo, una estrella, una mirada. Conviértete: vuélvete hacia la luz, porque la luz ya está aquí.

Conversión es oportunidad: cambia la mirada con la que ves a los hombres y a las cosas, cambia tu camino, en este camino el cielo está más cerca y más azul, el sol más cálido, la tierra más fértil.

La conversión significa también abandonar todo lo que perjudica al hombre, eligiendo siempre lo humano sobre lo inhumano. Como hace Jesús: para él el único pecado es el desamor, no la transgresión de una o muchas normas, sino la transgresión de un sueño, el gran sueño de Dios para nosotros.

El proceso de conversión comienza cuando, a pesar de nuestras limitaciones, nos hacemos conscientes del amor incondicional de Dios, que es quien más y mejor nos conoce y quien más y mejor nos ama. Experimentar la ternura de Dios es lo que puede ablandar de verdad nuestro corazón.

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