2022 AÑO A TIEMPO DE ADVIENTO II
Una mirada a nuestro
mundo, que sufre, nos hace pensar que más que nunca necesitamos abrir nuestro
corazón a la esperanza. Necesitamos escuchar que llegará un día en que no habrá
más guerra entre los habitantes de la tierra y que brillará el entendimiento
entre las naciones. Que los signos de
vida serán más fuertes que los signos de muerte y desolación. Que no
existirán la revancha, que brotará el diálogo y la comprensión. Que nadie
pasará hambre, sed o carecerá de recursos para vivir con dignidad. Que todos
tendrán trabajo. Que nadie tendrá que salir de su tierra para buscar una vida
digna. Que reconoceremos a todos los seres humanos como hermanos. Que todos
tendremos acceso a la educación, al trabajo, a la sanidad y a la vivienda. Que
volveremos a respirar aire puro y la lluvia volverá a regar la tierra para que
siga brotando hierba verde en el campo y germinen a su tiempo las cosechas, que
los ríos y los mares estarán llenos de vida.
El otro personaje de
este domingo es Juan el Bautista que nos habla de conversión. También Jesús
comenzó a predicar el mismo anuncio: convertíos, porque el reino de los cielos
está cerca. El reino de los cielos que es un mundo nuevo entretejido de
relaciones buenas y felices. Sentimos su proximidad: es posible, ha comenzado. En ese sueño se nos pide que nos atrevamos
a vivir, y eso es la conversión.
Convertirse, es decir,
atreverse con la vida, ponerse en marcha, para la hermosura de la vida,
dejarnos seducir. Lo que convierte el
frío en calor no es una orden de arriba, sino la proximidad del fuego; lo
que quita las sombras del corazón no es una obligación o una prohibición, sino
una lámpara encendida, un rayo, una estrella, una mirada. Conviértete: vuélvete hacia la luz, porque la luz ya está aquí.
Conversión es
oportunidad: cambia la mirada con la
que ves a los hombres y a las cosas, cambia
tu camino, en este camino el cielo está más cerca y más azul, el sol más
cálido, la tierra más fértil.
La conversión significa
también abandonar todo lo que perjudica
al hombre, eligiendo siempre lo humano sobre lo inhumano. Como hace Jesús:
para él el único pecado es el desamor, no la transgresión de una o muchas
normas, sino la transgresión de un sueño, el gran sueño de Dios para nosotros.
El proceso de
conversión comienza cuando, a pesar de nuestras limitaciones, nos hacemos conscientes del amor incondicional de Dios,
que es quien más y mejor nos conoce y quien más y mejor nos ama. Experimentar la ternura de Dios es lo que
puede ablandar de verdad nuestro corazón.
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