2022 AÑO A
SOLEMNIDAD INMACULADA CONCEPCIÓN
El tiempo de Adviento nos trae esta gran
alegría de la celebración de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Hoy
lo que celebramos es a María, mujer sin mancha. Aquella que, brindándose generosamente
y en cheque blanco para Dios, permaneció pura, radiante, bella, Inmaculada.
María madre fue, es y será Inmaculada en
pensamiento (todo era para Dios), palabra (todo venía de Dios) y obra (toda volcada
para Dios). Ante tal Misterio asentimos e inclinamos nuestra cabeza, al observar
en todo este Misterio la mano de Dios, su poder, su gracia. María apuntaba a ciertas
cualidades, internas y externas, que lograron cautivar el corazón y el amor de
Dios: su sencillez, su obediencia y docilidad, su transparencia y su fe, su
alegría junto a su confianza, fueron determinantes para que Dios clavase sus ojos
en Ella. Dios, así la quiso y, el pueblo creyente, así lo vivimos, cantamos,
festejamos y celebramos: ¡PURISIMA!
Ella, en medio del Adviento, da color y
calor como nadie a este tiempo de esperanza. Es una mujer que con su “sí”, la
noche de Belén nos pregonará una gran noticia: la salvación tiene un rostro,
Jesús. Es la Señora que, abriéndose gratuitamente para Dios, hará posible que
Jesús ilumine la oscuridad del mundo; que Jesús nos traiga el amor inmenso de
Dios; que Jesús sea amado y seguido por todos nosotros.
María, nos enseña que es posible pensar
en limpio; es posible creer en el amor sin farsa; es posible creer en Dios, sin
exigir nada a cambio; es posible fiarse sin dudar; es posible ser libre, sin
esclavizarnos ante nada ni ante nadie.
Con María, con su ser inmaculado, todo se
tiñe con el esplendor de la esperanza, la oración y el vigor de la fe. Si el
Adviento es esperanza, María, es surtidor del que gustamos en vaso limpio y
cristalino lo que estamos llamados a vivir en la próxima Navidad: al mismo
Dios.
Ella ha sido “tocada” por Dios. La
enamorada del Padre. La elegida, desde hace muchos siglos, para ser morada de
Dios en la tierra. Porque Ella ha sido colmada y llena toda la gracia de Dios,
es motivo para ser querida y ensalzada.
La Inmaculada nos acompaña en medio de
nuestras flaquezas y fragilidades. Es un espejo en el que nos podemos mirar
para reparar nuestro hoy, y buscar un mañana mejor. Por ello mismo, la Inmaculada,
nos sigue cautivando. En medio de nuestro barro y mediocridades, María, surge como
el amor irreprochable; solidez de una fe inquebrantable hacia el Padre; como un
camino sembrado de vida y de verdad.
De María, es difícil imitar su ser Inmaculado,
su fortaleza, su valentía, su entregarse hasta el final. Pero podemos ser
hombres y mujeres de esperanza. Dejando que el corazón, se llene de un inmenso
amor -como el de Ella- para volcarlo ante el Misterio de Dios en Navidad. Con
María, toda la vida es un permanente Adviento.
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