2022 AÑO A TIEMPO DE ADVIENTO III
Estamos ya en el tercer
domingo de adviento y quiere despertar en nosotros los sentimientos de alegría
que produce saber que Cristo está cerca, y libera a los pobres de sus males. Lo
llamamos “Gaudete”, porque en él todo nos invita a regocijarnos, teniendo en
cuenta quien es la causa, especialmente para los más pequeños, débiles y
sencillos.
Cuanto más cerca de
nosotros está el Señor, mayor es la alegría. Hoy su Palabra nos trae su
presencia, y la inquietud de buscarlo, esperarlo,
y hacerlo presente. Es nuestro reto en Adviento.
Nos ayuda a revisar
nuestras expectativas mesiánicas a la luz del misterio de la Encarnación del
Señor. El Señor vino, el Señor viene, y el Señor vendrá. Estas tres venidas
resumen la pretensión de todo el tiempo de adviento, para hacernos cercano el Reino
de Dios: Los ciegos ven y los cojos
andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y
los pobres son evangelizados. Este es el resumen de Jesús como Mesías,
enviado y estas personas son el rostro de un Dios que los mira con infinita
ternura y que expresan su venida real y verdadera hoy. El Adviento es tiempo de
renovar la fe en la salvación, para purificarla, a fin de que sea más
auténtica.
¿Eres tú o tenemos que
esperar a otro? Juan, el profeta de granito, el más grande nacido de mujer, no
lo entiende. Jesús es demasiado diferente de lo que la gente espera del Mesías.
La respuesta de Jesús
no es una declaración, no dice "sí" o "no". Nunca ha
adoctrinado a nadie. Su pedagogía consiste en hacer surgir en cada uno
respuestas libres y comprometidas. Porque dice: mira, observa, abre tu mirada; escucha, presta atención, estira el
oído. La vieja realidad permanece, pero nace algo nuevo; una palabra aún
inédita se abre paso en el viejo discurso. Dios
crea la historia partiendo no de una
ley, ni siquiera de la mejor ley, no de prácticas religiosas, sino escuchando el dolor de la gente:
los ciegos, los tullidos, los sordos, los leprosos son curados, vuelven a ser
hombres plenos, totales.
Dios empieza por los
más pequeños. Cierto, es una cuestión de brotes. Por unos pocos ciegos curados,
legiones de otros quedan en la noche. Es una cuestión de levadura, una pizca en
la masa; sin embargo, esos pequeños signos pueden bastar para hacernos creer
que el mundo no es un enfermo incurable.
Jesús nunca prometió
resolver los problemas de la tierra con un paquete de milagros. Lo hizo con la
Encarnación, perdiéndose en medio del dolor humano, entrelazando su aliento con
el nuestro.
La fe está hecha de dos
cosas: de ojos que pueden ver el sueño de Dios, y de manos tan laboriosas como
las del agricultor que espera el fruto precioso de la tierra; lo hacen con
esfuerzo, pero mientras hay esfuerzo hay esperanza.
Esta es la verdad de
nuestra fe y es el único milagro que necesita la tierra, ser creyentes creíbles: gente seria y
responsable, respetuosa y fraterna. La felicidad que nos trae la Navidad se
debe reflejar en obras concretas.
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