Para acoger la vida y portar al Dios que
nos crea, hay que ser, con humilde dignidad, hueco suave y cálido, tan
entrañable y gratuito que sorprenda a quienes nos miran.
Vaciarse de otros proyectos, de otros
sueños y embarazos, y de cordones umbilicales que nos retengan, como si
fuéramos necesarios, cuando lo que somos es servicio.
Para acoger la vida y portar a Dios con
alegría hay que ser vírgenes como María para que el Espíritu repose en nuestras
entrañas dormidas y nos embarace con energía.
Para acoger al Dios que viene y es la
vida basta ser hueco, vacío hecho regazo, entraña, virgen enamorada.
Pero, a veces, para no perder la
esperanza, hay que pasar noches en vela y tomar decisiones arriesgadas, como
José, el esposo de María, y aceptar que el Espíritu desborde nuestra cabeza,
corazón y entrañas.
Para que nazca la vida y Dios se haga
Emmanuel ahora, hay que acoger con ternura a toda persona que lo necesita y
vaciarse de miedos y pesadillas.
Heme aquí, Señor de la vida, intentando
ser hueco suave y cálido y gozar de tu compañía.
Amén
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