Sólo Tú, Señor, eres capaz de mantenernos despiertos
y en vela en una noche en la que, no debemos dormir.
Sólo Tú, Señor, haces que nuestros rostros
resplandezcan con la auténtica y más pura luz de la Navidad.
Sólo Tú, Señor, produces el milagro del silencio donde,
un Niño, gime y llora por la humanidad.
Sólo Tú, Señor, conviertes esta noche en la hora del
amor y de la verdad, en el triunfo de la humildad sobre el orgullo.
Sólo, Tú, Señor, cumples lo que prometes.
Eres pequeño siendo tan grande, accesible siendo tan
inaccesible, humano siendo tan divino, humilde siendo tan poderoso.
Sólo, Tú, Señor, eres la luz que ilumina los
rincones más oscuros en los que el hombre se pierde.
Tú que, sin dejar de ser Dios, te haces hombre.
Tú que sin dejar de ser hombre, sigues siendo Dios: Misterio
y Palabra; Palabra y Carne.
Dios y Hombre; Cielo y Tierra; Estrella y Luz.
Todo así de grande y de santo, Señor, porque, sólo
Tú eres hábil en aproximarte y fundirte en un abrazo con el hombre, por el
guiño y semblante de un simple Niño.
Amén.
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