2024 CICLO B CUARESMA III
El Templo de Jerusalén era el lugar
sagrado y más significativo de la tradición religiosa y espiritual de
Israel: allí se hacía memoria de la Ley
y era el signo de su identidad y de su pertenencia exclusiva a
Dios.
En la época de Jesús, el Templo se había convertido en un
lugar comercial, y su “celo” por el Padre lo movió a realizar un gesto significativo, al estilo
profético; un gesto que quedó grabado
en el corazón de las primeras comunidades.
Este gesto de Jesús no sería muy espectacular. Atropelló a un grupo de vendedores de
palomas, volcó las mesas de algunos
cambistas y trató de interrumpir la
actividad durante algunos momentos. No pudo hacer mucho más. Sin embargo,
ese gesto fue lo que desencadenó su detención y rápida ejecución. Atacar el Templo era atacar el corazón del
pueblo judío: el centro de su vida religiosa, social y política. El Templo
era intocable, allí habitaba el Dios. Él sabía que esos gestos proféticos le
iban a llevar a la ruina, pero no podía permitir que el culto a Dios, su Padre,
se desvirtuara. La frase el celo de tu casa me consume (Sal 69, 9), le
reconcomía por dentro.
Para Jesús era el gran obstáculo, porque aquello era
un mercado y se acumulaban grandes
riquezas. Dios no legitimaría jamás una religión como aquella. El Dios de los pobres no podía reinar desde aquel Templo. Con la
llegada de su reinado perdía su razón de ser.
La presencia de los
vendedores y de los cambistas era necesaria para el culto y los sacrificios que
se realizaban. La sensación era que la relación con Dios estaba marcada por la
necesidad de “negociar” y obligar a Dios a ceder ante nuestros caprichos y no
estaba basada en la gratuidad del amor. Esa relación comercial con Dios habla de un desconocimiento de su corazón
y de su misericordia.
Las prácticas religiosas no pueden esconder
una doble vida, una doble espiritualidad, una doble moral. El Templo, como lugar sagrado,
es lugar de encuentro con el Dios paciente, compasivo y misericordioso,
capaz de consolar nuestras tristezas, perdonar nuestros pecados, corregir
nuestros errores y abrazar con misericordia nuestra fragilidad.
Desde Jesús su corazón es el lugar de encuentro por
excelencia con el Padre. Sus palabras y sus gestos hacen visible y
tangible la misericordia de Dios
en medio de la historia de la humanidad. Para los pequeños, los humildes, los pobres el corazón de Jesús se ofrece
como lugar de acogida cordial, de
consuelo y de compasión.
Los cristianos
somos templos de Cristo en medio del
mundo y de la historia. Nuestra vocación
y misión es ser un lugar y espacio
sagrado donde las personas puedan
encontrarse con el Padre a través de nuestra caridad y verdad. Un lugar
donde puedan sanarse corazones y
reconciliarse historias. Un lugar que haga
visible que Dios es amor y lugar donde el Evangelio sea vida.
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