sábado, 30 de marzo de 2024


 

 

2024 CICLO B

VIGILIA PASCUAL

 

Queridos hermanos en esta santa noche celebrando la liturgia más importante de todo el año: la primera clave para entender lo que estamos celebrando es el fuego, la historia y el agua.

Las variadas lecturas que hemos proclamado y escuchado esta noche quieren guiarnos por el sendero de Dios, quieren indicarnos un proceso pascual, es decir, quieren conducirnos al encuentro con el Resucitado, con el portador de la Vida Nueva, que se nos ofrece gratuitamente, por pura misericordia y amor de Dios. No solo las lecturas, sino toda la liturgia: el fuego, la oscuridad, las luces, las campanas, los cantos, el aleluya, el agua, la renovación de las promesas el sacramento del bautismo, etc.

Fuego y agua son los dos elementos indispensables para la vida biológica. Del fuego surgen dos cualidades luz y calor, necesario para haber vida. El agua es el elemento fundamental para formar un ser vivo. El 80% somos agua. Recordar nuestro bautismo es la clave para descubrir de qué Vida estamos hablando. Hoy, fuego y agua simbolizan la nueva Vida de Jesús, porque le recordamos VIVO y comunicando VIDA.

Celebrar la Vigilia Pascual es aceptar y proclamar que la muerte no tiene la última palabra, que la injusticia no tiene la última palabra, que el dolor y el sufrimiento inocentes no quedan en vano. Esta noche debemos estar alegres, contentos, dejar que nuestros corazones sean invadidos por la alegría que da el Señor.

En un mundo lleno de malas noticias, que parece rumbo a la deriva y sin señales de mejoría, los cristianos una vez más, creemos que la Vida en abundancia está con nosotros, que Dios no se ha quedado en la tumba, que la fuerza del Resucitado es capaz de transformar nuestras vidas y nuestro mundo.

Así como las mujeres que fueron al sepulcro a buscar a Jesús, escucharon la voz del joven vestido de blanco, también nosotros hoy necesitamos volver a escuchar las mismas palabras: “No os asustéis… No está aquí. Ha resucitado”

Esta noche estamos todos enviados a compartir la gran noticia: ¡Jesús no está en el sepulcro, ha resucitado! Hay que compartir con la comunidad, con la familia, con los amigos, con todo el mundo. La fuerza del resucitado nos empuja y anima a compartir nuestra fe en el Dios de la vida.

La vida que esta noche celebramos no es la física, ni la psíquica, sino la trascendente. “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”. Solo el ser humano es capaz de conocer y de amar, y por eso podemos acceder a la Vida divina.

Lo que estamos celebrando esta noche es la llegada de Jesús a esa cumbre. Jesús, como hombre, alcanzó la plenitud de Vida. Posee la Vida definitiva, que es la de Dios. Esa vida ya no puede perderse porque es eterna.

Por otro lado, es importante volver a nuestra Galilea, a aquel lugar donde empezó todo, donde fuimos llamados y elegidos, a aquel momento donde hemos sentido la voz del maestro que nos llamaba para seguirle. En momentos de crisis, de muerte y tristeza, hay que volver y descubrir la presencia del resucitado.

Creer en la resurrección exige haber pasado de la muerte a la Vida. Por eso tiene en esta vigilia tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. Jesús estuvo constantemente muriendo y resucitando. Muriendo a lo terreno y caduco, al egoísmo, y naciendo a la verdadera Vida, la divina. Tenemos una concepción estática del bautismo. Creemos que hemos sido bautizados un día y una hora y que allí se realizó un milagro; sin embargo, el sacramento es dinámico, continuamente avanza o decrece, por eso en unos momentos renovaremos nuestras promesas bautismales.

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