2024 REFLEXIÓN ANTE EL JUEVES SANTO
Al inicio del triduo
pascual nos encontramos ante un relato evangélico precioso y único: se relata
una cena de despedida en que Jesús transmite un mandamiento nuevo e instituye
un gesto que se convierte en nuclear para la fe cristiana. Una cena de amigos,
discípulos, compañeros de camino.
Jesús sabe que llega la
hora de la despedida, lo percibe en la tensión y los acontecimientos de los
últimos días, pero la cena es un momento de recogimiento, un espacio de
complicidad y de amor entre los que han compartido camino… Son quienes han
seguido a Jesús en ruta y con voluntad de apertura. El amor como el de Jesús salva, libera, redime.
El Jueves Santo nos
invita a acoger el amor que Jesús nos ofrece. Celebrar la Cena del Señor no
puede reducirse a un simple cumplimiento de un precepto eclesial. “Haced esto
en memoria mía” implica la decisión personal de querer repetir este memorial de
entrega y servicio a los demás en forma sacramental y vital. Es el amor
desinteresado, que busca el bien y la felicidad del otro, que no es egoísta,
que perdona y se reconcilia, que es capaz de renunciar y sacrificarse por los
demás, es a lo que estamos invitados los seguidores de Jesús y lo que puede
salvar al mundo.
En esta última cena ven
hacer el gesto del lavatorio de pies. Pedro, lleno de arrogancia y obtuso de
entendimiento; el discípulo amado, con confianza e intimidad con Jesús; Judas con
desconfianza y mezquindad. “Habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Jesús
no rechaza a ninguno de los discípulos, por muy obtusos, inseguros, débiles que
sean.
Mientras en los
evangelios sinópticos, este gesto de donación de amor total queda instituido
por la fracción del pan, en este relato se instituye a través del gesto de
lavarse los pies los unos a los otros, es decir, a estar dispuestos a amar al
prójimo. Ser servidores los unos de los otros: fraternidad a causa del amor
recibido.
Pedro no entiende el
gesto de Jesús. ¿Qué hace el Maestro, el rabino, ciñéndose la toalla y
arrodillándose como los esclavos? ¿Por qué lo hace? ¿Qué nos quiere transmitir?
A todos debía de extrañar aquel gesto transgresor, estrafalario. También hoy
nos rebela. Pedro quiere seguir a Jesús, pero recela; las maneras lo
sobrepasan. Jesús le pide a Pedro que deje de juzgar. Le dice que entenderá
después el gesto.
Jesús establece el
sacramento del servicio recíproco; el sacramento de la responsabilidad mutua,
de ser diligente, solícito, amable, respetuoso y servidor del otro. Jesús da
testimonio: “Os he dado un ejemplo para
que vosotros hagáis lo mismo”. El cristianismo es, pues, ética práctica del
amor: debe percibirse, debe verse, debe hacerse oír; no solo en nuestras
comunidades creyentes, también con otros, para los otros y para nuestro mundo. El
jueves santo es un canto al amor tierno de Dios que nos mece en su interior, y
es desde allí, que podemos ser, podemos andar, podemos crecer en amor y
libertad, podemos ser y construir la comunidad eclesial.
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