sábado, 9 de marzo de 2024


 

2024 CICLO B CUARESMA IV

El evangelista Juan nos habla de un extraño encuentro de Jesús con un importante fariseo, llamado Nicodemo. Nicodemo toma la iniciativa y va a donde Jesús de noche. Intuye que Jesús es un hombre venido de Dios, pero se mueve entre tinieblas. Jesús lo irá conduciendo hacia la luz.

Nicodemo tiene en gran estima a Jesús y quiere saber más, pero no se atreve a comprometerse y va a verle por la noche; representa a todo aquel que busca sinceramente encontrarse con Jesús.

Jesús respeta el miedo de Nicodemo, mostrándose comprensivo con su debilidad, pero lo convierte discípulo suyo, pero en secreto hasta que se manifestará en el atardecer del gran viernes para hacerse cargo del cuerpo del Crucificado. Cuando todos los valientes huyen, el temeroso pasa bajo la cruz, cargado con áloes y mirra, y manifiesta su afecto y gratitud.

Jesús transforma. Muestra el respeto que abraza la imperfección, la confianza que acoge la fragilidad y la transforma. Se centra en la humilde verdad del primer paso más que en alcanzar la meta lejana. Maestro de los brotes.

En ese diálogo nocturno Jesús comunica, en pocas palabras, lo esencial de la fe: Dios amó tanto al mundo... es algo seguro, algo que ya ha sucedido, una certeza central: Dios es el amante que te salva. Palabras decisivas, que hay que saborear cada día y a las que hay que aferrarse siempre. Hay que nacer de lo alto y vivir una vida más alta y más grande, mirar la existencia desde una perspectiva nueva, desde un agujero abierto en el cielo, y descubrir lo efímero y lo eterno.

La noche se ilumina. El que nace del Espíritu no sólo tiene el Espíritu, sino que es Espíritu. No sólo es templo del Espíritu, sino que es de la misma sustancia que el Espíritu. Todo ser engendra hijos según su propia especie, las plantas, los animales, el hombre y la mujer. Pues bien, Dios también engendra hijos según su especie.

Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles. Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz señales de vida y de amor.

En esos brazos extendidos está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos. Dios nos está revelando su amor loco por la humanidad.

Podemos acogerlo o rechazarlo. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de decidir. Pero la Luz ya ha venido al mundo. Cuando vivimos de manera poco digna, evitamos la luz, porque nos sentimos mal ante Dios. No queremos mirar al Crucificado. El que realiza la verdad se acerca a la luz. No tiene nada que ocultar. Busca con su mirada al Crucificado. Él lo hace vivir en la luz.

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