2024 CICLO B CUARESMA IV
El evangelista Juan nos
habla de un extraño encuentro de Jesús con un importante fariseo, llamado
Nicodemo. Nicodemo toma la iniciativa y va a donde Jesús de noche. Intuye
que Jesús es un hombre venido de Dios,
pero se mueve entre tinieblas. Jesús lo
irá conduciendo hacia la luz.
Nicodemo tiene en gran estima a Jesús y quiere saber más, pero no se atreve a comprometerse y va a verle por la noche; representa a todo aquel que busca sinceramente
encontrarse con Jesús.
Jesús respeta el miedo de Nicodemo,
mostrándose comprensivo con su debilidad,
pero lo convierte discípulo suyo, pero
en secreto hasta que se manifestará en el atardecer del gran viernes para hacerse cargo del cuerpo del Crucificado. Cuando todos los valientes huyen, el temeroso
pasa bajo la cruz, cargado con áloes y mirra, y manifiesta su afecto y gratitud.
Jesús transforma.
Muestra el respeto que abraza la imperfección, la confianza que acoge la
fragilidad y la transforma. Se centra en la humilde verdad del primer paso más
que en alcanzar la meta lejana. Maestro de los brotes.
En ese diálogo nocturno
Jesús comunica, en pocas palabras, lo
esencial de la fe: Dios amó tanto al
mundo... es algo seguro, algo que ya
ha sucedido, una certeza central: Dios es el amante que te salva. Palabras
decisivas, que hay que saborear cada día y a las que hay que aferrarse siempre.
Hay que nacer de lo alto y vivir una vida más alta y más grande, mirar la
existencia desde una perspectiva nueva, desde un agujero abierto en el cielo, y
descubrir lo efímero y lo eterno.
La noche se ilumina. El
que nace del Espíritu no sólo tiene el Espíritu, sino que es Espíritu. No sólo
es templo del Espíritu, sino que es de la misma sustancia que el Espíritu. Todo
ser engendra hijos según su propia especie, las plantas, los animales, el
hombre y la mujer. Pues bien, Dios también engendra hijos según su especie.
Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está
en el Crucificado. La afirmación es atrevida: Tanto amó Dios al mundo que
entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él,
sino que tengan vida eterna.
Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas
partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor.
Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que
podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles. Sin
embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz señales de vida y de amor.
En
esos brazos extendidos está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y
sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos. Dios nos está
revelando su amor loco por la
humanidad.
Podemos
acogerlo o rechazarlo. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de
decidir. Pero la Luz ya ha venido al
mundo. Cuando vivimos de manera poco digna, evitamos la luz, porque nos
sentimos mal ante Dios. No queremos mirar al Crucificado. El que realiza la
verdad se acerca a la luz. No tiene nada que ocultar. Busca con su mirada al
Crucificado. Él lo hace vivir en la luz.
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