¡QUÉ BIEN HABLASTE!
No dijiste
palabra alguna, pero tus obras te delataron.
Tuviste
espléndida esposa, más, como hombre de fe, la quisiste dejar para Dios.
En el
horizonte de tu vida, con singular belleza, con nítida luz irradió la estrella
de María; pero, también la humildad de tu candil, iluminó con el aceite de la
sencillez, con el destello de tu obediencia, con el fuego de tu pobreza, con la
llama de la verdad.
Sí, José;
¡qué bien hablaste!
Te escuchó el
cielo, y a partir de ese momento, Dios comenzó a escribir tranquilo: el amor se
hacía hombre en María, el amor era custodiado por tu mano, el amor era educado
por tu inteligencia, el amor era trabajado, a golpe de cincel y martillo, en el
banco de tu ser carpintero.
Sí, José;
¡qué bien hablaste!
Nunca, un
ángel, llevó tan grata respuesta al cielo:
José cree y
calla. José espera y duerme
José se fía y
camina. José obedece y despierta.
Nunca, un
ángel de las alturas, en un intento de descender sosiego, recibió en respuesta tu
serenidad y tu paz como consuelo.
Tomaste a
María como esposa
Recibiste a
Jesús como hijo
Fuiste hombre
de pocas palabras, pero tus obras hablaron. Amén
No hay comentarios:
Publicar un comentario